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Doctor en Ciencias Políticas y Sociología

Cataluña no es una nación (y III)

Los verdaderos orígenes del territorio catalán y de su bandera

Si repasamos la historia de Cataluña -de la que tanto cacarean los nacionalistas- desde sus orígenes, veremos que tanto el catalanismo como el vasquismo son, en palabras de Unamuno, simples "pruritos nacionalistas" muy recientes, que en nada se corresponden con su pasado español perfectamente contrastado, sino que nacieron muy a finales del siglo XIX y que derivaron a posiciones antiespañolas que en nada se corresponden con su acendrada fidelidad histórica a España.

Pondremos un ejemplo medieval (S. XIV) y un par de ellos modernos (S. XIX) para no extendernos demasiado en algo que está perfectamente demostrado a pesar de la feroz posición contraria de los nacionalistas actuales.

Cuando las expediciones aragonesas a Grecia y a Turquía, donde Aragón fundó los ducados de Atenas y Neopatria, los soldados catalanes, llamados almogávares, entraban en combate no exaltando a Catalunya sino al grito de: ¡Aragó, Aragó!

Cuando se convocan las Cortes de Cádiz (1810) para tratar de organizar el desastre español que se produce con la invasión napoleónica, la Junta de Cataluña exige de sus diputados el siguiente juramento: "¿Jura usted contribuir con todas sus fuerzas a que se verifique la unión de todas las provincias en un gobierno superior?"

Y durante la propia Guerra de la Independencia, en el Sitio de Gerona, glorificado hasta la máxima exaltación patriótica por todos los historiadores, las milicias catalanas cantaban (en su propio idioma):

"Digasmi tu Girona

Si te n'arrenderás.

¿Com vols que me randesca

si Espanya non vol pas?"

Queda, según esto, bastante claro que la conciencia de entidad nacional catalana históricamente es una falacia propalada en 1830 con el romanticismo de la Renaixença o con las Bases de Manresa de 1892, todo lo cual casaba bastante mal con la actitud proteccionista del Gobierno de España hacia Cataluña y el País Vasco, que en aquellas mismas fechas creaba una legislación aduanera contraria al librecambio que imponía fuertes derechos de entrada a las mercancías extranjeras, precisamente para favorecer a las industrias manufactureras de ambas regiones, fuertemente amenazadas por Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

En definitiva: ni la lengua, ni las costumbres, ni consideraciones de índole geográfica, étnica, comercial o sentimental alguna son las notas constitutivas de una nación. La nación surge de las circunstancias políticas que la forman y la tipifican, y por ello es tan ridículo decir que Cataluña o Vascongadas son naciones como atribuir a Ginebra o a Zurich igual calificativo, pues a pesar de las enormes diferencias que existen entre la región ginebrina y la zuriquesa, no hay allí otra nación que la nación suiza, que es quien políticamente las une y las vertebra.

Igual consideración cabe hacer de la unidad nacional de China o India, países en que conviven más de cien lenguas diferentes y casi otras tantas razas, amén de distintas religiones, tendentes por su especial idiosincrasia a establecer notables diferencias entre el modo de pensar de unos y otros. Sin embargo nadie cuestiona la entidad nacional de los gigantes asiáticos y vamos a ser nosotros, los enanos europeos, para quienes el agrupamiento es vital, los que desechando el viejo principio de que "la unión hace la fuerza" queramos desgajar España, empezando por Cataluña y las provincias vascongadas, hasta independizar unas de otras a las 17 taifas en que insensatamente se ha dividido nuestro gran país.

Y, para terminar: esa bandera de la que tanto usan y abusan los nacionalistas catalanes y que llaman "senyera", no es catalana; es la bandera del antiguo reino de Aragón. A Wifredo el Velloso se le atribuye también el origen de la bandera de las cuatro barras. Esta leyenda tiene su origen en el historiador valenciano Pere Antoni Beuter, quien la incluyó el año 1555 en su obra "Crónica general de España" inspirándose en una crónica castellana de 1492.

El texto de Beuter dice así:

"...pidió el conde Iofre Valeroso (Wifredo el Velloso) al emperador Loís que le diesse armas que pudiesse traher en el escudo, que llevava dorado sin ninguna divisa. Y el emperador, viendo que havía sido en aquella batalla tan valeroso que, con muchas llagas que recibiera, hiziera maravillas en armas, llegóse a él, y mojóse la mano derecha de la sangre que le salía al conde, y passó los quatro dedos ansí ensangrentados encima del escudo dorado, de alto a baxo, haziendo quatro rayas de sangre, y dixo: "Estas serán vuestras armas, conde." Y de allí tomó las quatro rayas, o bandas, de sangre en el campo dorado, que son las armas de Cathaluña, que agora dezimos de Aragón".

Tal crónica fue revivida entre otros por el escritor catalán Pablo Piferrer (1818-1848), reconocido como el gran recopilador de las leyendas catalanas tradicionales.

Todo esto, como argumento para una novela pseudo histórica o para un film de éxito popular queda muy bonito, romántico y adecuado, pero en términos rigurosamente históricos, el escudo de las cuatro barras, quien empezó a utilizarlo fue Alfonso II de Aragón, hijo del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, que casó con Petronila, hija del rey de Aragón.

Petronila de Aragón (Huesca, 29 de junio de 1136 - Barcelona, 15 de octubre de 1173) fue Reina de Aragón entre 1157 y 1164 y condesa de Barcelona entre 1162 y 1164. Era hija de Ramiro II el Monje e Inés de Poitou y después de la unión dinástica del condado de Barcelona con el reino de Aragón, al que se incorpora dicho condado, fue cuando se adoptó el emblema de las cuatro barras o palos rojos sobre fondo de oro, llegando a ser el símbolo y bandera oficial del linaje a partir de su hijo, el rey Alfonso II de Aragón, hacia el año 1170.

A mayor abundamiento, en el siglo IX, tiempos del Velloso, no existía todavía la heráldica como ciencia del blasón normalizada y sometida a estrictas reglas y, por lo tanto, no se pintaban escudos.

Hasta los siglos XI y XII no comienza a hacerse tal cosa y ello fue así porque con el uso de yelmos y armaduras, era imposible reconocer a los caballeros que participaban en las justas medievales y para ser identificados y distinguirse unos de otros escogían símbolos en exclusiva, casi siempre otorgados o refrendados por los reyes y príncipes soberanos.

Aunque en la antigüedad remota, griegos y romanos primero y celtas y godos después, usaban en sus escudos emblemas y dibujos, nada tiene que ver esta costumbre con la heráldica. Esta fue importada de Oriente por los caballeros de las distintas naciones de la Europa cristiana que fueron a luchar en las cruzadas.

Y, por cierto, y con esto acabo estas reflexiones, los dos grandes caudillos de quienes presume Cataluña en la actualidad como conquistadores y almirantes de su flota mediterránea, Roger de Lauria y Roger de Flor, no eran catalanes. El uno, Roger de Lauria, era italiano de la Basilicata, en el Golfo de Taranto, y el otro, Roger de Flor, también italiano, nació en Brindisi, en la Apulia, región situada en el llamado "Tacón de la Bota de Italia".

Otro par de mentiras más, y van...

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