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Crítica / Arte

De amores, firmas y dibujos

Esta es una historia de amor, de dibujos, de vino y litigios, con sabor a Bolonia y a pan fresco, un relato escrito para agradecer cada atardecer, cada resurrección de los sentidos, cada caricia que bien vale un beso, una firma. Así lo pensó entre 1977 y 1992 aquel Bacon (Dublín, 1909 - Madrid, 1992) envejecido, atormentado, que encontró reposo en el amante italiano, el periodista Cristiano Lovatelli Ravarino, a quien regaló una colección de 700 dibujos o firmas que se han convertido en una agria polémica hasta que un tribunal de Cambridge determinó, tras un largo proceso de cinco años -entre 2009 y 2014 se mantuvo viva la causa-, que algunas de las firmas eran auténticas. Pero ni los herederos del legado de Bacon (Estate Bacon) ni Martin Harrison, autor del catálogo razonado, admiten la autoría de estos dibujos.

Hay todo un enredo con el mercado en el trasfondo de esta historia que Netflix podría aprovechar para realizar una miniserie, ahora que está condenado al ostracismo Kevin Spacey, también relacionado con el Niemeyer cuando era un personaje "puro". Pero con más de medio centenar de dibujos y pasteles, el tsunami Bacon llega a Avilés cuando todos nos hemos vuelto unos descreídos y no deja de causar un cierto estupor, como expresaba Óscar Alonso Molina, que "más allá de los conflictos por controlar unas piezas golosas para el mercado, queda la evaluación del interés y la calidad de este conjunto donde, ciertamente, en buena medida parece que Bacon se ha falsificado a sí mismo. Porque, si no son falsos, estos dibujos lo parecen".

Pero, ¿qué "curator" español puede dar credibilidad y emoción a este culebrón? Indudablemente, Fernando Castro Flórez, capaz de decir que "en cierta medida, Bacon consideraba que la mejor forma de mantener la tensión del caos en sus obras surgía de su decisión de no verse sometido a la lógica del dibujo; su confianza en el azar hacía que no se mantuviera atado a un 'diseño previo' del cuadro".

Este artista sabía que el dibujo tiene un modo de constitución del "ser lento". No dejaba, sin embargo, de utilizar lo dibujístico en todas sus obras y, de hecho, era un gran admirador de Giacometti, que consideraba que el dibujo era la herramienta perfecta para construir perfiles de masas en el espacio y también en el vacío", y que tanto me recuerda a Frank Underwood, protagonista de "House of Cards" cuando se dirige al espectador confesando algunos de sus propósitos.

La exposición, que estuvo antes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y en la Fundación Bancaja en Valencia, recala en el Niemeyer ampliada, montada siguiendo la curva e inclinación de la cúpula que obliga, para ver la obra, -tal vez un efecto buscado por el comisario, quien dijo que era el espacio donde mejor había quedado la muestra- a la contorsión de los cuerpos, al amasijo de la carne retorcida a semejanza del dibujo expuesto.

En estas obras se mantienen los temas recurrentes de Francis Bacon: los Papas, las crucifixiones, los retratos y las figuras sentadas. Rafael Chirbes, admirador del pintor, consideraba que estos personajes estallaban "ante nuestros ojos confusa y luminosamente todos los átomos del retratado, lo de dentro, lo de fuera, lo que lo rodea".

Bacon, admirado, sobrevalorado para muchos críticos, envuelto en soledad, amargado, que se enredaba en el cuerpo antes que en la forma, que desdibujaba lo humano en los bordes de lo carnal, añade con estos dibujos algunas glosas para la controversia, golosos réditos para el mercado.

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