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Vita brevis

Una pica en Flandes

Las muy dispares andanzas de dos catalanes en Bélgica

Al señor Puigdemont, que es muy bravío porque su apellido viene a significar la cima del monte, le ha salido un durísimo competidor en estos días de su gran evasión belga. Se trata de Sinterklaas, que es el mismísimo San Nicolás y que ya ha desembarcado en los antiguos Países Bajos españoles, incluida Bélgica, por supuesto, y también procedente de España. Hasta el 6 de diciembre el santo y su corte de Pedrito el Negro y demás acólitos ocuparán toda la atención de los niños valones, flamencos y holandeses y, naturalmente, la de sus padres y demás familia. Durante todos estos días, desfilará su cabalgata cargada de juguetes y golosinas por las calles, hasta que sean entregados los regalos en la noche del día 5 de diciembre. Poco caso van a hacer a Carles o don Carlos en lo que resta de ese tiempo.

San Nicolás llega por estas fechas a aquellas tierras húmedas y oscuras desde España, porque la ciudad de Bari, en la que yacen sus restos, perteneció por muchos siglos al reino de Nápoles y éste a España. Gustaba mucho al rey Felipe II una función cortesana que se celebraba el 6 de diciembre, denominada la Fiesta del zapato, en la que se representaba una escena milagrosa de la vida de San Nicolás, que echó por la ventana de la casa de un hidalgo en la miseria tres zapatos llenos de oro para que no se viera obligado a prostituir a sus tres hijas. De ahí viene la costumbre de que los niños acerquen sus zapatos a la ventana para que el santo les deje en ellos sus regalos.

San Nicolás llega a los Países Bajos en barco, porque de ese modo arribaban en principio los españoles y sus tropas a aquellas tierras, hasta que resultó ser un medio de transporte peligroso, por los ataques piratas de los hugonotes de La Rochelle y de los corsarios calvinistas holandeses llamados los Mendigos del Mar, que nada pedían, sino que lo tomaban al abordaje por las buenas o, más bien, por las malas.

La Monarquía Hispánica tuvo que estrujarse las meninges para encontrar una ruta alternativa para sofocar la rebelión de los nobles calvinistas, que casi siempre son los poderosos los que organizan estas cosas. Fernando Álvarez de Toledo y Pimental, III Duque de Alba, se decidió a inaugurar una nueva ruta por tierra para trasladar las tropas y el dinero, mucho más lenta y penosa, pero que resultó más eficaz. El primer viaje desde Milán, atravesando los Alpes, pasando por el Franco Condado, Lorena y Luxemburgo, hasta Bruselas, duró más de cincuenta días y tuvo lugar en el verano de 1567, recién hizo cuatrocientos cincuenta años. Aquella ruta de epopeya se conocería en los anales europeos como el "camino español" o el "camino de los españoles", que recorrerían varios contingentes de miles de soldados de los Tercios en años sucesivos. De aquellas sofocaciones y penurias viene lo de poner una pica en Flandes.

Uno de los que tuvo que hacer el camino español fue un ilustre catalán, llamado Luis de Requesens i Zúñiga, nacido en Barcelona, en el Palau reial menor, que otrora había sido castillo de los Templarios, luego palacio del rey de Aragón y entonces pertenecía a la noble familia catalana de su madre. Actualmente no queda nada del edificio, salvo su capilla de la Mare de Déu de la Victòria, en la calle Ataulfo del Barrio Gótico, bien cerca del Palau de la Generalitat.

Luis de Requesens fue a Bruselas por mandado de su amigo de la infancia Felipe II para sustituir en el gobierno de los Países Bajos al Duque de Alba, a ver si conseguía sofocar la rebelión por las buenas, en cuyo empeño fracasó, muriendo al poco de la peste. Puigdemont siguió una ruta paralela a la de su paisano Requesens, pero en avión y en un pispás, desde Marsella a Bruselas, en rebeldía y sin pica que poner en Flandes.

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