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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Demonios a puerta cerrada

El dramaturgo sueco August Strindberg (Estocolmo, 1849-1912) abrió las puertas del siglo XX con "La danza de la muerte", una tragedia existencial, una comedia absurda, un drama que agrieta la modernidad, un cuento gótico? Sólo le faltó adelantar el expresionismo alemán. Eso, sin embargo, lo arregló hace diez años "Theatre Sfumato Laboratory", la compañía de Margarita Mladenova que se presentó antes de anoche en España por primera vez en su historia. Y ya es larga: cuatro décadas haciendo teatro en Sofía, en todo el este de Europa? una historia absolutamente desconocida a este lado de los Pirineos que el Centro Niemeyer ha hecho emerger.

"La danza de la muerte" es un texto crudelísimo que protagonizan el capitán de Artillería Edgar y su esposa, la exactriz Alice. Los dos llevan un cuarto de siglo encerrados en su propio infierno, profundizando cada vez más la tumba que han decido compartir. Los dos viven en una fortaleza militar aislada en medio de la nada, alejados del mundo y del progreso: zombis que necesitan los puñales del otro para sobrevivir.

Todo esto es lo que trajo a Avilés la compañía de Mladenova: en lengua búlgara, con sobretítulos en castellano, una ópera trágica que parece "El gabinete del doctor Caligari" o "Nosferatu, el vampiro" y que adelanta asuntos de la edad atómica como "A puerta cerrada", de Sartre, como "La cantante calva", de Ionesco, o, incluso, "Regreso al hogar", de Pinter. El teatro también sirve para constatar que las lanzas descorazonan y la sangre se desboca.

La base argumental de "La danza de la muerte" es la propia vida de Strindberg, un tipo abominable que escribió también "La señorita Julia" o "El pelícano", pero también el ensayo "Sobre la inferioridad de las mujeres respecto al hombre y la justificación sobre su subordinación". Los críticos benévolos le llamaron por cosas como esas "misógino".

Las mujeres de Strindberg traen el mal y la Alice de "La danza de la muerte" (Svetlana Yancheva) no rompe esa línea. El espectáculo de la compañía de Mladenova congela el rictus: uno intenta sonreír, pero es imposible, eso que sucede sobre la escena es algo que sólo sucede sobre la escena. Los dos actores principales salen a escena para matar y los espectadores descubren que sus palabras escupidas (aunque sean en búlgaro) son balas de plata enfocadas por una iluminación cenital a la que sólo le falta la niebla para encontrar a Drácula buscando la mortalidad. Y todo con una partitura que subraya el maltrato, las cuchilladas, todo lo que encuentra Kurt (Tsevtan Alexiev) cuando llama a la puerta del castillo en el que se encierra el amor que nunca fue. Imprescindible. De verdad.

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