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Abogado

Cadena perpetua

Un análisis sobre el siglo XX

Visto desde ahora, el siglo XX fue una centuria históricamente bastante simétrica. Podría decirse que fue un siglo capicúa. Es, como si dijéramos, una hoja doblada a la mitad, siendo su centro y sus extremos coincidentes. Nadie hubiera podido pensar que los acontecimientos se fueran a producir de esa forma durante aquellos cien pasados años.

El pasado siglo comenzó con un gran optimismo, como ya se hacía eco la zarzuela "La verbena de la Paloma", cuando don Sebastián responde al boticario y viejo verde don Hilarión: "Hoy las ciencias adelantan / que es una barbaridad". Las grandes potencias industriales y militares europeas se disputaban la primacía del continente y, de repente, en los Balcanes saltó la chispa. El archiduque Francisco Fernando de Austria fue asesinado en Sarajevo por un joven nacionalista serbio. El Imperio Austro-Húngaro dio un ultimátum a Serbia y, en pocas semanas, las dos grandes alianzas europeas se enfrentaron en una confrontación bélica que, de primeras, se conocería como la Gran Guerra, porque la sofisticación tecnológica e industrial de los combatientes supuso la muerte de nueve millones de combatientes y siete millones de civiles; la desaparición de los imperios alemán, ruso, austrohúngaro y otomano, y la irrupción de varias revoluciones, siendo la más destacada y trascendente la bolchevique rusa.

Para que no volviera a producirse una convulsión semejante se creó la Sociedad de las Naciones, con la ingenua intención de solucionar los conflictos internaciones por vías diplomáticas en su seno. El periodo posterior se conoció como los felices años veinte, cuya mejor expresión musical fue seguramente el charlestón, como aquel en español que decía: "Al Uruguay, guay, yo no voy, voy / porque temo naufragar. / Mándeme a París, si es que le da igual".

Pero la paz aquella estaba cogida con alfileres. Las epidemias posteriores de tifus y de malaria acabaron con más personal que la propia guerra y la crisis económica de 1929 envió a multitudes a comer pan y mocos, más abundantes los segundos que el primero. Se acentuaron los nacionalismos como consecuencia de las frustraciones colectivas y se alzaron con el poder los movimientos fascistas y nazis, que prometían patria, justicia y pan. Todo ello fue la antesala de la Guerra Civil en España y, al poco, de la II Guerra Mundial, casi a mediados del siglo, que dejó chica a la primera, porque en esta cayeron más de cincuenta millones de personas muertas y Europa quedó como un inmenso solar, para regocijo de avisados constructores.

Cuando acabó aquella inmensa escabechina, los vencedores sometieron a juicio a los vencidos en Nüremberg y otros lugares por los delitos recién inventados de genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Ahorcaron a unos cuantos y condenaron a diversas penas a otros, incluida la cadena perpetua, por la que alguno de los cuales no salieron de la prisión de Spandau sino para ir al sacrosanto cementerio, como Rudolf Hess, donde no permaneció mucho tiempo, porque fue exhumado para ser incinerado y venteadas sus cenizas en alta mar.

Para no repetir esa feroz experiencia se creó la ONU y se firmaron los Tratados Fundacionales de Roma, que acabarían con el tiempo constituyendo la Unión Europea. Pareciera que Europa no reviviría las atrocidades pasadas, hasta que las potencias europeas volvieron a las andadas propiciando la guerra civil en la antigua Yugoslavia, cada una en un bando. Acaba de ser condenado a cadena perpetua el general serbio Ratko Mladic por genocidio y crímenes de guerra en los Balcanes, donde todo empezó en el pasado siglo.

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