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Vita brevis

Las uvas

Sobre el origen de la ingesta de una docena de esferitas frutales para celebrar el cambio de año

Como quien dice, estamos a la espera de que den los cuartos del carrillón que marquen el inicio de la cuenta de las doce campanadas con las que se despide el año y se recibe al que está por venir. Se ha hecho tradicional vivir ese momento contemplando, si quiera sea desde la lejanía televisiva, el reloj de la Puerta del Sol de Madrid, que se erige en la torreta central del edificio que ahora es sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, pero que los ancianos del lugar siguen llamando Gobernación, porque en él residía el ministerio del mismo nombre que, con la Transición, pasó a denominarse Ministerio del Interior, que así suena más aséptico. A veces se cita el edificio como la Casa de Correos, porque el primer destino para el que se construyó el inmueble fue para el servicio de correos en época del rey Carlos III, cuya estatua ecuestre con peluquín empolvado se alza en frente con toda razón, que por algo pasó a la posteridad como el primer alcalde de Madrid.

Ni que decir tiene que ha de tomarse una uva a cada campanada, que últimamente se han programado más espaciadamente, a fin de que el personal no se atragante allá por la quinta o sexta, que corresponden a los meses de mayo y junio, fastidiando los augurios de la primavera.

Se tiene la cosa de comer las uvas como un símbolo de buena suerte de los doce meses venideros, que comenzó a acostumbrarse en los círculos burgueses de la corte madrileña, aderezada con champán, por aquellos tiempos de cuando la guerra de Cuba, que los ricos libraban pagando una soldada.

La chusma se unió a la celebración y la hizo popular reuniéndose al sereno en la Puerta del Sol, a principios del siglo XX. De ahí se extendió rápidamente por toda España y gran parte de Hispanoamérica, aunque al otro lado del charco las uvas que se comen suelen ser pasas, probablemente por la larga travesía que han de sufrir.

Así se diferencia el recibimiento del nuevo año que se hace en España del que se acostumbra en otros lugares, donde no tienen más cosa que escuchar las campanadas y, al final de ellas, felicitarse los allegados unos a otros, incluyendo en algunos lugares algún coral, como el "Auld Lang Syne", que cantan siempre en todas las películas inglesas y americanas con la llegada del Año Nuevo. La letra de esta canción es de un ñoño insufrible, aunque tiene la virtud de que la música es amable y pegadiza, hasta el punto de que el mismísimo Beethoven le hizo un arreglo. Con esto, con unos fuegos artificiales en el mejor de los casos y con una buena papalina para recibir el año vomitando, se acaba el festejo.

Ni comparación con lo que hay por el mundo tienen nuestras doce uvas, que es una fruta que por lo general gusta al común de los mortales y es fácil de ingerir, porque ya viene en dosis apropiadas para su introducción en la boca, masticación y tragado, sin necesidad de operaciones previas, especialmente si son de una calidad de piel fina y no tienen semillas, porque en otro caso hay quien necesita pelarlas y retirarle las pepitas, que es una gran trabajera.

En todo caso las uvas son un producto de una sanidad extraordinaria, que contienen una gran cantidad de vitamina K, de manganeso, de cobre, de oligopéptidos, de antiocianinas y de otros componentes de nombres misteriosos, que ponen como una moto al más pringado. Según parece son antioxidantes, antialérgicas, antiinflamatorias, antimicrobianas y anticancerígenas. E inhiben el colesterol malo, oiga. Un pozo de salud.

En otros sitios sabrán mucho de ciencias e investigaciones, pero aquí, por purísima intuición del pueblo soberano, es donde con las uvas se celebra el Año Nuevo de forma más saludable. Así que tengan ustedes una buena salida y entrada de año.

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