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De lo que se come se cría

El refrán español también se estila en los Estados Unidos, pero los americanos entienden mal la ironía

Ronny L. Jackson, que además de contralmirante de la armada es médico en la Casa Blanca, aseguró hace una semana que la salud de Donald Trump era excelente. Dijo que el Presidente de los Estados Unidos tiene unos genes increíblemente buenos y que el examen cognitivo, al que se sometió de forma voluntaria, demuestra que también está muy bien del cerebro.

Todo indica que el médico hizo esas declaraciones para tranquilizar al mundo y cuestionar ese viejo refrán que dice: de lo que se come se cría. Por lo visto, el refrán no solo es famoso en España, también se estila en Estados Unidos, de modo que la desmedida afición de Trump por la comida basura obligaba a salir al paso y desmentir que somos lo que comemos. No, no lo somos. Si fuera así Trump sería lo que imaginan, pero resulta que es el presidente de la nación más poderosa del mundo, sin olvidar que logró hacerse rico comiendo hamburguesas, alitas de pollo y patatas fritas con ketchup.

Los americanos entienden mal la ironía. A poco que se hubieran fijado se habrían dado cuenta de que el viejo refrán solemos emplearlo con cierta retranca. Tiene su origen en una costumbre de Fernando, él Católico, que era un asiduo consumidor de criadillas de toro, no porque fueran una delicia sino porque creía que era una forma de aumentar su virilidad hasta el punto de convertirlo en una bestia parda en la cama.

En torno a los alimentos siempre hubo mucha leyenda y muy poca base científica. Se diga lo que se diga, nunca fue cierto que de lo que se come se cría, ni tampoco que somos lo que comemos. Hay gente que come un huevo con patatas fritas y luego la miras y parece como si hubiera comido un solomillo en hojaldre. Por eso, culpar a lo que comemos y atribuirle el protagonismo de nuestros errores o aciertos viene a ser como confundir la velocidad con el tocino. Lleva razón el médico de la Casa Blanca. Si Trump no tuviera afición por las hamburguesas y sólo comiera lechuga y acelgas, a lo mejor pesaba menos de 108 kilos pero seguiría pensando lo mismo. Seguiría llamando gordo y enano a Kim Jong y diciendo que Haití y otros países africanos son una mierda.

De todas maneras, fuentes cercanas a la Casa Blanca han señalado que Trump pronto comenzará a cambiar su dieta por una alimentación más sana. Cabe suponer que lo agradecerá su cuerpo pero no creo que influya en su cerebro y su forma de pensar. Ahí tienen a Mariano Rajoy cuyos platos preferidos son las lentejas con chorizo y el cocido gallego. Platos de la clase trabajadora que, en nuestro Presidente, no generan una respuesta emocional que le lleve a prescindir de su consabida vagancia.

La comida no influye, y menos aún lo que comen los políticos. Poco importa que a Pedro Sánchez le guste la comida japonesa, a Albert Rivera los embutidos y el pan con tumaca y a Pablo Iglesias el cocido madrileño. Sería un chollo que la comida fuera determinante y los políticos se portaran dependiendo de lo que comen. Pero no va por ahí la cosa. Así que casi es mejor que les gusten las hamburguesas, y la comida basura, antes que el jamón de bellota, les andariques y los centollos.

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