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Mariola Riera

Soto del Barco

Mariola Riera

Angulero de río arriba

Una historia sobre la angula y su vinculación con las gentes del bajo Nalón

(...)

Voy a contarles una historia, porque al fin y al cabo eso es lo que sé hacer. Ese es mi oficio, contar historias. Pequeñas historias, pero que son de algún modo universales. Ésta es la historia de una niña, que tenía un abuelo, el güelo Burano, Burano el de La Imera. Era éste un hombre inquieto intelectualmente, trabajador, al que todo se le daba bien y podía desempeñar mil y un oficios. Entre ellos, el de angulero. Antes, como muchos en la época, se había ido a Cuba, pero volvió con una mano delante y otra detrás. Según contaba a su nieta, al volver se le cayó la maleta al agua. Luchó en la guerra, no tenía muy claro por qué, pero tuvo que hacerlo. Sobrevivió y volvió a su pueblo. Formó una familia y tocó trabajar para mantenerla. En la antigua Ensidesa se ganaba el sueldo, poco quizás, porque lo completaba con lo que podía: yendo al carbón a la playa de La Arena; recogiendo caracoles que luego vendía en el mercado de Grado; cultivando la huerta; criando un par de vacas, unos cuantos conejos y pitas; y pescando en el río. Roballizas, anguilas, muiles? Y, por supuesto, angula.

Angula que entonces se pescaba a manos llenas, que llenaba calderos. Tal era la cantidad que ésta daba para regalar, para comer en casa y para ir a venderla al vivero, a Marifé y a Landajo, donde la pagaban bien y al contado. A orillas del Nalón, en los embarcaderos de La Imera, río arriba, tenía amarrado el chalano. Cuando su nieta tuvo edad comenzó a saber algo de eso de ser angulero. La niña sufría cuando de madrugada el abuelo, al grito de la güela Amparo, se levantaba, siempre muerto de frío, para irse al río. La noche antes había dejado todo dispuesto: la piñera, los calderos, el farol con el carburo. ¡Menudo olor daba el carburo! Aquellas piedras blancas, que soltaban polvo y que se guardaban en el sótano en un bote amarillo de plástico del colacao. Bien abrigado dejaba la casa y se despedía cariñosamente de la nieta, que a veces pensaba si aquel afán del abuelo por irse al río, aparte de a pescar angula, tendría que ver con la necesidad de encontrar flotando la famosa maleta que se le había caído al agua al volver de Cuba. En el fondo, de alguna manera, de eso se trataba: de ganarse la vida, como fuera, si no al otro lado del océano, al lado de casa.

Había veces que al poco tiempo regresaba. "No se señala nada, Burano", le informaban otros pescadores que se encontraba por el río: unos de tierra, repartidos por las orillas del Nalón, desde cerca de Pravia hasta la desembocadura en La Arena y San Esteban, y otros de chalano. Eran las noches y las madrugadas en las que los anguleros de a pie y de pequeñas embarcaciones maldecían a las ruidosas y poderosas motoras, las lanchas a motor, que arrastrando río arriba y río abajo sus grandes piñeras se llevaban toda la angula de esa jornada. Pero otras veces había más suerte y Burano no regresaba hasta unas cuantas horas después. Con los calderos llenos de angula. Benditas aquellas noches de oscuro, las buenas, cuando el río repartía su hoy en día llamado "oro blanco" entre todos muy generosamente.

Al acabar, había veces que dejaba el chalano bajo el puente de San Esteban, si es que la marea había bajado tanto que ya no podía remontar el río de nuevo hasta La Imera, al cuidado de los gitanos que vivían en el antiguo poblado, en chabolas levantadas sobre el fango, al pie del Nalón. (...) Ya en casa, llegaba el turno de la güela Amparo, quien se encargaba de lavar la angula en el lavadero y matarla en grandes barreños, con tabaco deshecho, si es que ella misma se encargaría luego de cocerla en vez de llevarla viva al vivero.

La nieta disfrutaba observando la tarea, convertida en juego para ella. Sobre el prao de delante de casa, en amplios paños de cocina, se dejaban los kilos a enfriar una vez cocidos, y la niña no tenía mayor placer que coger unas cuantas angulas y dárselas a las pitas, dejando caer los pequeños ejemplares, uno a uno, en los picos de los ansiosos animales. Así podía pasar una mañana entera. Impensable hoy en día, ¿verdad? ¡Gran pecado sería jugar ahora a alimentar a las gallinas con angulas! Cara diversión, teniendo en cuenta que cada bocado puede llegar a salir por un euro. Echen cuentas de lo que les costaría a los abuelos de hoy en día el inocente entretenimiento de sus nietos?

Un día la nieta se cansó de jugar y quiso ir a pescar angula. El abuelo, presto a satisfacer cualquier deseo de la pequeña, así lo hizo. Pero la noche era fría y peligrosa. Mejor "al aseo". Con aquella expresión se refería a salir a pescar a la luz del día, en las ocasiones que el agua bajaba revuelta, como chocolate, algo propicio para faenar. (...) Hubo una tarde en que la suerte les sorprendió a ambos dando un paseo, sin mayor aliciente que pasar las horas juntos. La nieta se empeñó en piñerar y el abuelo la dejó. "¡Mira Ito, cuántas angulas salen!". Y era cierto, cada vez que sacaba la piñera del agua, ésta aparecía bien cargada. Visto lo visto, a Burano no le quedó más remedio que devolver a la niña a casa, preparar el equipo y regresar al río, no sin antes avisar de la buena nueva a los vecinos que se encontró por el camino, quienes rápidamente se armaron para irse también a faenar.

Aquella tarde se señaló, vaya si se señaló. Muchísimos kilos de angula acabaron en las casas de toda la redonda. Se vendió, se regaló y se comió mucha. Porque, ¿quién por estas tierras no se ha cansado de comer un día tras otro angula? No es presumir, pero muchos podrán decirlo. Al ajillo, guisada o en tortilla. Las recetas del pueblo no daban para más y se repetían semanalmente en los menús de los hogares compitiendo con el mismísimo y socorrido pote de berzas.

Aquella niña creció y tras unos años fuera volvió al pueblo. Y la angula regresó a su vida, pero en forma de una realidad de la que tenía que escribir como la periodista en la que se había convertido. Entonces descubrió otros aspectos, menos amables quizás, de aquella caprichosa especie, casi mágica por las historias que desde pequeña había oído. Quién no ha asistido a apasionantes y estrafalarios debates sobre su origen: eso de que viene del mar de los Sargazos son pamplinas, al igual que un error "creer" lo de que la angula es la cría de la anguila? La angula es del Nalón y punto. ¿Que por qué hay cada vez menos? Pues vete a saber? Caprichos de la Naturaleza, ciclos. Hubo mucha, ahora hay poca, pero ya volverán a llenarse las piñeras.

Pero la cruda realidad se impuso y las cuentas que llevaban, y llevan, en la rula de La Arena han dicho todo lo contrario. Se convirtió y se convierte en noticia cada vez que en una noche, entre todos los anguleros, reúnen unos cuantos kilos para subastar. La ley de la oferta y la demanda se impuso, y ya no fue ni es posible regalarla (no sin gran esfuerzo) o dejar una cuanta en casa para comer. El alto precio, en miles de euros, que se llega a pagar en la primera rula de la temporada por el primer kilo de angula da la vuelta al mundo y escandaliza a muchos. Llegaron las licencias, así que se acabó eso de salir alegremente a pescar con el abuelo o con los amigos. ¡Cuántas juergas se han vivido a orillas del Nalón con la excusa de ir a la angula! (...)

Impresionante era la imagen, hoy desaparecida, de las motoras río arriba, faenando a la altura de la isla de los kiwis, de la vega de Los Cabos o por Riberas, al caer la noche: un espectáculo de luz que se ha llegado a comparar con las góndolas surcando los canales de Venecia. En definitiva, se impuso la temida, criticada, pero también necesaria regulación de la pesquería. Leyes y más leyes para tratar de que la angula no desaparezca del Nalón y que aquellos que viven de su pesca lo puedan hacer en condiciones dignas.

Y en esas estamos. La angula ahí sigue, no ha desaparecido, pero se ha reconvertido; como todos y como todo se ha adaptado a los nuevos tiempos. Sigue apegada a esta tierra, y si no da ganancias directas y a manos llenas como antaño, permite que se pueda seguir hablando de ella y explotándola como un símbolo capaz de atraer a visitantes, interesados en conocer la historia de esa especie ciertamente legendaria, poco vista y quizás un poco caprichosa. Hoy, además, elevada a producto gastronómico de lujo gracias a la alta cocina y a los asiáticos.

Estos últimos, ahora noticia por su afán de llevarse el tesoro del Nalón a tierras lejanas -no siempre con buenas prácticas-, no son nuevos, pues llevan tiempo por la zona. A ellos se les atribuía hace ya muchos años su encarecimiento. "La compraron toda los japoneses", contaban en los soportales de la rula. "¿Dónde está la foto de los japoneses con la angula? ¿No tenemos foto?", preguntaban una y otra vez los jefes del periódico. No, no la hay. Qué frustración? Pero lo cierto era que nunca nadie los veía. Y así hasta hoy.

Hasta esta tierra llegan muchos de visita atraídos por la angula. Para los que quieran conocer su historia, ahí está el museo de La Arena (...). Ubicado en el puerto como no podía ser de otra manera y a escasos metros de la rula, realiza una sencilla e importante promoción de un recurso económico que hoy también se ha convertido en turístico e, incluso, en fuente de inspiración para el ocio y la diversión: ahí está, por ejemplo, el famoso Angulero, un amable personaje que nos acompaña cada Navidad y colabora en estas tierras en el reparto los regalos.

Para los que quieran comer angula, no hace falta decirlo, no faltan los restaurantes con sus excelentes cocineros de la zona, expertos en tratar un producto que en muchos casos les ha acompañado en sus casas desde la cuna. Y para pescarla, están los anguleros, en su mayoría jóvenes valientes que, aunque pintaban mal las cosas, decidieron apostar por el oficio, profesionalizarse y mantenerlo vivo. ¡Qué no falten ellos y tampoco la angula! Que es de lo que se trata. Entre todos debemos cuidarla y conservarla, para que siga llegando al Nalón desde mares lejanos, tras una prodigiosa travesía que, con perdón, algo de mágico tiene.

La historia de la angula no se acaba aquí. Sigue y esperemos que por mucho tiempo. La historia que yo iba a contar sí que llega a su fin. Como ya se sabe, aquella niña soy yo. La nieta de Burano; la hija de Javier y Mirta; Mariola, la de Soto; Mariola, la de LA NUEVA ESPAÑA. De todo esto me siento muy orgullosa y gracias a todo soy pregonera. (...) Con este inmenso honor quiero animar a todo el mundo a comer y a disfrutar en el Festival de la Angula de Soto del Barco, una cita gastronómica que pasa por ser una de las más antiguas de Asturias. Vengan a esta tierra, pasen unas cuantas horas entre nosotros, hablen con sus gentes? Y saboreen la angula, ese manjar que "crece" en el Nalón. Es cara, se quejan muchos. No tanto, les dirán los pescadores, conocedores del gran trabajo que cuesta reunir un buen puñado. Disfrutar a la mesa no tiene precio, digo yo. Cuestión de prioridades. Para los que sepan de lo que hablo, aquí, en estas tierras del Bajo Nalón y también de la comarca de Avilés, hay una parada ineludible. Aprovéchenla.

La mesa ya está puesta y la angula, presta a saltar al plato. (...)

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