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Profesor de la UNED

Trescientas obreras

Las mujeres protagonizaron la primera reivindicación laboral de la literatura europea

No parecía el tiempo propicio, ni el ambiente adecuado. Las aventuras de un caballero andante, Yvain, caballero del león. Las novelas vasallas de un gran escritor, Chrétien de Troyes, que vendía sus fabulaciones a una corte del siglo XII. Fantasía y lujo, literatura de escape, colorista, casi opiácea, como un zambullido en el arcoíris. Pero fue allí, en una corte, en un territorio imaginario, donde quedó constancia. Los estudiosos han destacado con cierta sorpresa el momento. El tono desentona y la fábula se desinfla como pinchada por un estoque.

En sus últimas aventuras, el caballero del león llega a un castillo. En el castillo viven recluidas trescientas mujeres. Son las damas que el rey de la Isla de las Doncellas entrega cada año al señor de la fortaleza y sus demonios y que trabajan esclavizadas en sus telares.

Las damas conversan con Yvain, relatan su vida de sufrimiento, pesarosas, sus jornadas laborales, agotadoras, hasta la noche, sus sueldos miserables. Hambre y sed y una ración de pan. Chrétien describe sus rostros delgados y pálidos. En un momento de la narración, el coro de damas se lamenta de sus condiciones: "Aquí estamos sumidas en la pobreza mientras se enriquece con nuestros sueldos aquel por cuya cuenta trabajamos".

El escritor ha abierto de par en par, brevemente, la ventana de la realidad y el aire de embrujo se escapa como perfume encarcelado. Chrétien basa este pasaje en la situación de las mujeres que faenaban en las industrias textiles de la época, quizá de Troyes, su ciudad.

Una visión alegórica, muy del gusto medieval, con el patrón como criatura maligna y un caballero andante liberador. Pero lo importante son las mujeres. Las mujeres y sus telares. El "primer canto de queja de los obreros en la literatura europea". Son palabras de Giovanni Macchia, un erudito. Las tejedoras de Troyes lo desconocían. Las tejedoras no leían a Chrétien. Tampoco a Giovanni. Pero sí escribían, la historia, o la tejían, una hermosa forma de literatura hilada. Al final Yvain las rescata. Estamos en tiempos de caballeros y los caballeros hablan con sus espadas. Ahora ya no existen, se han extinguido los caballeros. ¿Quién los necesita? Cuando se habla con voz propia, cuando se escribe, se grita, al viento, cuando se trenzan letras con púrpura de Tiro, ¿quién necesita a los caballeros? ¿Quién sus espadas? Pero ellas fueron las primeras, las tejedoras de Troyes.

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