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Información y espectáculo

El triste suceso de Almería, el sensacionalismo y el oportunismo de los políticos

El triste suceso de Almería ha vuelto a poner sobre la mesa que nos interesan más las malas noticias que las buenas. Lo bueno interesa poco. Y eso explica que los medios de comunicación hagan un gran despliegue cuando surge una mala noticia o una historia desgraciada. Su coartada es esa. Dicen que nos dan lo que pedimos y somos nosotros quienes propiciamos lo que llaman la espectacularización de la noticia. Término que hace referencia a la explotación exhaustiva de un suceso utilizando recursos como pueden ser los grandes titulares o las exageraciones con el fin de que lo sucedido sea más impactante y acapare la atención mediática.

Llevan razón, en parte, y hay que reconocerlo. Nosotros también tenemos culpa, y mucha, del espectáculo sensacionalista al que hemos asistido estos últimos días. Ya dije que nos interesan las malas noticias y añado que, por lo visto, también el morbo. Pero, ¿de verdad merecía este suceso tantas horas de televisión y tantos litros de tinta? ¿Merecía que el telediario de la televisión pública dedicara más de 30 minutos a darle vueltas y más vueltas, escarbando en los pormenores la desgracia? ¿No habría bastado con decir que la Guardia Civil consiguió localizar el cuerpo, sin vida, del pequeño Gabriel y a la persona que, presuntamente, fue responsable de su muerte? Todo lo demás sobra, no aporta nada ni es un servicio público. Es contribuir a un culebrón repugnante, al que los medios y, sobre todo, la televisión, nos tienen cada día más acostumbrados.

De todas maneras, no seríamos justos si solo culpáramos a la televisión. Este triste suceso ha sido utilizado por toda una serie de oportunistas que no les importa traspasar la frontera de la decencia y se aprovechan, incluso, de las desgracias con una desfachatez asombrosa. Nadie hizo caso a la clemencia mediática que, de forma muy responsable, había pedido la madre del niño. La prensa, la radio y la televisión siguieron a lo suyo y a ellos se sumaron los espontáneos y un buen número de políticos que protagonizaron el bochornoso espectáculo de aprovecharse del tirón mediático para ganar votos o apuntarse un tanto en la pelea por defender la prisión permanente revisable. Cada cual fue a lo suyo. Hubo declaraciones oportunistas, ruedas de prensa innecesarias y hasta un ministro que asistió al funeral con la bufanda del niño en la mano.

El discurso de moderación que había pedido la madre no sirvió de nada. Puede decirse, como descargo, que tras un crimen de esta naturaleza, que impacta de forma brutal, la sociedad necesita mostrar su solidaridad con las víctimas. Eso es cierto, pero se llegó a unos extremos que causan sonrojo. Ya me dirán qué pinta el Real Avilés en un caso como este. Pues ahí lo tienen, pidiendo en su cuenta de twitter la pena de muerte.

Lo que ha sucedido con la triste desgracia del pequeño Gabriel no es nuevo. Ya sucedió lo mismo con las niñas de Alcasser, Anabel Segura, Marta del Castillo, Diana Quer y los hijos de José Bretón. En todos ellos, los medios sobrepasaron la frontera de la decencia y en todos se realizó la misma autocrítica: ninguna.

Hay quien cree que este tipo de periodismo y esto de que algunos se aprovechen de las desgracias es inevitable. Yo no lo veo así. Creo que podríamos evitarlo si lo rechazáramos socialmente y condenáramos estas prácticas.

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