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Doctor en Sociología y Ciencias Políticas

El Estado interventor y la sociedad intervenida

La importancia del liberalismo como ideología y sistema capaces de generar riqueza

Todos los políticos, sean del partido que sean, tanto en sus campañas electorales, en sus declaraciones a los medios de comunicación e, incluso, en sus discursos parlamentarios, establecen la prioridad de crear puestos de trabajo sobre cualquier otra actividad prometida o incluida en sus programas.

Y ciertamente tienen razón, porque la buena marcha de la economía y del bienestar social, dependen básicamente de una situación de pleno empleo, o lo más cercana posible a ella. No se puede pensar en el progreso material de una nación sin que la inmensa mayor parte de sus habitantes en edad de trabajar, tengan un empleo con el que ganarse bien la vida

Pero el mal radica en el comportamiento de los políticos, los cuales una vez en el poder, y para conseguir éste objetivo, lo hacen a base de intervenciones, restricciones, trabas y reglamentos, con lo que no se consigue que florezcan empresas y empresarios, porque no es el Estado quien crea la riqueza, sino, como asegura Gitta Ionesco, quienes lo hacen son las fuerzas productivas de la sociedad y, para que puedan hacerlo, lo que necesitan estas fuerzas es libertad y facilidades, no una catarata de disposiciones legales y burocráticas, que acompañadas de una presión fiscal creciente, esterilizan y ahogan la mayor parte de las iniciativas privadas.

Ahora que se nos llena la boca con las palabras democracia y libertad (de expresión, de asociación, de conciencia, etcétera, etcétera) deberíamos de tener en cuenta que la libertad económica es también "libertad" y, que sin ella, no se pueden mover los mercados. Y, en cuanto a la democracia, como dice el profesor Gustavo Bueno: "Sin mercado no hay democracia", aunque ahora el progresismo, tan de moda, haya dado en condenar estos términos, tachándolos de neoliberales o, lo que es peor aún, de fascistas, demostrando con ello una ignorancia oceánica de lo que es el liberalismo y la propia democracia, a la que tanto presumen pertenecer.

Pues bien, el liberalismo, pese a quien pese, es el que ha creado la riqueza y, sin ella, no se puede realizar el llamado Estado del Bienestar, porque antes de repartir, lógicamente, hay que tener y para tener, hay que ganar. Y esa especie de aversión a las personas adineradas, hacia los empresarios que invierten y tratan de prosperar, esa inquina que han desatado la demagogia y el populismo en nuestro país, son gravemente nocivos para el progreso y el bienestar social, porque un país sin ricos es un país en la miseria.

Quiero acotar también con dos opiniones importantes sobre la presión impositiva, que muchas veces desmotiva e inhibe la voluntad inversora y empresarial, e incluso la continuidad en los negocios y en la transmisión de bienes. Con la situación fiscal que tenemos, se está consiguiendo que todos los años, ante el abusivo importe del impuesto de sucesiones, sean muchas las personas que renuncian a su herencia. Porque como dice el Premio Nobel Hayek: "El control del patrimonio de una persona, es el control de su propia vida". Y el maestro de políticos, Nicolás Maquiavelo, aconsejaba al Príncipe que no agobiara a los súbditos con impuestos excesivos, pues: "Los hombres perdonan antes el asesinato de su padre que el expolio de sus bienes". Y los altos impuestos, además, está probado que desmotivan la voluntad de arriesgarse e invertir en nuevos negocios.

No quiero decir que haya que volver de forma absoluta al pensamiento del siglo XVIII, en que el dogma económico era: "Dejad hacer, dejad pasar. El mundo va por sí mismo", pero sí que una mayor libertad de movimientos en la economía y un menor afán recaudatorio, por parte del Estado, serían muy beneficiosos para el mejor desarrollo de España. También una mejor austeridad recortándose a sí misma la Administración, y evitando el gigantismo político y burocrático que padecemos, nos traería un aumento de la iniciativa empresarial y una mayor producción de riqueza.

No es con la multiplicación creciente de los organismos del Estado, como se consigue un mejor y más eficiente sistema de bienestar, e incluso de convivencia. Ya hemos visto el resultado de las Autonomías que, además de duplicar o de triplicar los gastos del Estado, han servido para dividirnos unos de otros, e incluso para sembrar entre todos los españoles odios y desconfianzas.

El lema de buen gobierno que predica el liberalismo y con el que la inmensa mayoría de los ciudadanos está de acuerdo es sencillo: Más Sociedad y menos Estado.

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