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La foto real

Unas reflexiones sobre tres imágenes de la pasada semana que nos retratan

La foto real de la semana pasada, en realidad, fueron tres. Una a las puertas de la catedral de Palma de Mallorca, otra en la tribuna de oradores de la Asamblea de Madrid y la tercera en la Audiencia de Schweslig Holstein, en Alemania. Tres fotos que nos retratan y aparecieron con una nota al pie, con la versión oficial, de que en todos los casos se actuó de forma correcta y no hay nada que lamentar. De modo que la vida siguió su curso y los protagonistas siguieron a lo suyo, insistiendo en que su actuación había sido impecable y solo los malpensados apuntaban en el sentido de que se habían equivocado y estábamos ante tres casos del más absoluto ridículo.

Volvemos a lo de siempre, a que nadie reconoce su culpa. Se insiste en que la enemistad entre las reinas Letizia y Sofía no es real como tampoco lo es que Cristina Cifuentes se aprovechara de su influencia para aprobar un máster o que la Justicia española, en su deseo por parar el procés, no tiró por la calle de en medio, se olvidó de la neutralidad y tomó decisiones que se corresponden más con una determinada opción política que con la ley.

Las tres justificaciones chocan con la realidad. Lo evidente, como lo esencial, conviene recordarlo, y ponerlo negro sobre blanco, porque si no, a nada que nos descuidemos, lo transforman en invisible y lo hacen desaparecer. Así es como actúan los poderosos, que disponen de un ejército a su servicio y armas de todo tipo para hacer que la realidad parezca pura ficción. Pero las fotos están ahí. Están siendo sometidas a la acción del Photoshop con el fin de corregir los errores antes que reconocerlos y asumir la responsabilidad. Ahí tienen la desolación en la que dicen está sumida la reina Letizia por cómo interpretamos sus gestos. También está el enfado de Cifuentes, que lleva mal que no comulguemos con ruedas de molino y digamos amén a lo que ella dice. No está menos enfadado el Gobierno, que ha metido la pata al ordenar a los agentes del CNI que siguieran y propiciaran la detención de Puigdemont en una gasolinera alemana presumiendo de qué la justicia de aquel país iba a colaborar con nosotros para que se acabara la guasa.

Las tres fotos son reales y muy claras. Y eso es lo malo, que las imágenes tienen tanta fuerza que siempre escapan al control del poder. La gente se queda con lo que ve y ya pueden venirle luego con apaños que sugieran otro enfoque.

En Mallorca, todo el mundo lo vio, hubo bronca. Y el malestar de la gente no es porque las dos reinas se lleven mal. Es porque, este año, a la Familia Real volverán a caerle otros ocho millones de euros y lo único que se le pide es que cumpla con la función que tiene asignada. Que guarde las formas y no haga el ridículo.

La foto de Cristina Cifuentes también va de ridículo. La evidencia es tan apabullante que provoca vergüenza ajena que se haga la ofendida y diga que no ha pasado nada. También el Gobierno, faltaría más, se hace el ofendido. Pone el grito en el cielo cuando ve la foto de Puigdemont, libre, sonriente y dicharachero. Otra foto real, de esta semana pasada, que nos deja en ridículo.

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