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El paso del trapero

Futuro

La posibilidad de supervivencia que garantiza la cultura

Hemos convertido todos los sueños en pesadillas, la cultura en imitación, todas las voces regresan póstumas, las revueltas en objeto de consumo, todas la huellas siguen un único destino con los pasos desfilando al ritmo de lenguajes oficiales, todo sujeto deambula entre el deseo y la insatisfacción, todas las formas de empleo se vuelven precarias, todo el tiempo es tiempo de trabajo, y no hay alternativas, como bien se encargo de repetir Margaret Tahtcher. Desde entonces, hemos aceptado que se clausuró el futuro, como nos lo recuerda Mark Fisher en "Realismo capitalista", publicado en la editorial Caja Negra, que acaba de sacar al mercado "Los fantasmas de mi vida" tras el suicidio el 13 de enero de 2017, a los 48 años, de uno de los mas incisivos críticos culturales británicos, que acusó al sistema de haber privatizado el estrés y la depresión, cuando realmente el capital enferma al trabajador y luego las compañías farmacológicas le venden drogas.

Su búsqueda de una salida, de la creación de una esfera pública democrática, de recuperar los flujos creativos, de concebir una izquierda antiautoritaria efectiva que responda a los nuevos desafíos que plantea el postfordismo, ilumina posibles escenarios de resistencia. Porque sumidos en la nostalgia, vista como "una presión deshistorizante", hemos quedado paralizados, hemos quedado des-socializados, individualizados en sociedades que nos someten a "exorcismos culturales" para que cualquier espectro de crítica salga de nuestro cuerpo, bloqueando, de esta manera, cualquier acción, paralizando cualquier contestación.

Si el cartel luminoso de Jordi Colomer "No? Future!" (2006) anclado en techo de un automóvil se paseaba al amanecer por las autopistas, el futuro ardió en 2012 en un solar de El Cabanyal simbolizado en una pieza de madera de 17 metros ideada por Santiago Sierra y producida por el artista fallero Manolo Martín, si en 2006 un vaquero del ciberespacio, Case, recorre un mundo posthumano irrespirable, en la distopía en Neuromante, la novela de ciencia ficción de Willian Gibson, la novena Bienal de Berlín (2016) reflexionaba sobre este presente travestido, con la ficción imponiéndose a la realidad, saboreando el gusto algorítmico y un futuro que resultaba predecible, familiar e inmutable, si Virilio nos descubrió hace más de una década, que bailamos sobre nuestra súbita catástrofe, Mark Fisher, a pesar de la depresión colectiva a la que estamos sometidos, proponía inventar nuevas formas de participación política, revivir las instituciones y convertir "la desafección privatizada en la ira politizada".

Huérfanos de futuro, con un orden presente al servicio de un imaginario hegemónico que nos coloca fuera de servicio, y un pasado sin memoria y sin fricciones, sólo la cultura nos garantiza una posibilidad de supervivencia, de trabajar en estrategias de abordaje a la maquinaria del sistema. Podemos intentarlo, no tenemos demasiado que perder.

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