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Concejal de Somos Avilés

Memorias de un aldeano

Sobre la crisis de la llingua asturiana

En una clase de Lengua del colegio Palacio Valdés, a finales de los 70, el maestro preguntó por "los nacidos en Asturias". Creo que todos levantamos la mano, salvo Nico "el australiano". Después dijo que siguiesen mano arriba los que además tuviesen algún progenitor asturiano. Debimos de hacerlo algo menos de la mitad. A continuación pidió que mantuvieran la postura los de padre y madre asturianos. Nos quedamos así sólo 5 o 6 guajes de un grupo de casi 40. Finalmente hizo la última petición: "Mantengan la mano levantada los avilesinos hijos de avilesinos". Todas las manos se fueron abajo. No sé qué pensaron los demás, a mí me impresionó la encuesta. El maestro concluyó: "Ahora ya conocéis un poco mejor la ciudad en la que vivís".

Nosotros veníamos de la cuenca del Caudal, de las montañas lenenses, y en el Avilés de mi infancia mi manera de hablar era objeto de burla por parte de algunos compañeros que me preguntaban por el cuchu y les vaques o por el perru y la correa. Eso no me afectó, son cosas habituales en los colegios. Lo que sí me dolían eran las bromas de aquel maestro al que yo apreciaba pero que a veces trataba de imitarme con sorna. Recuerdo que los viernes me preguntaba: "¿Vas pal pueblu?", exagerando y prolongando la u y tratando de imitar el acento de Mieres, que quien conoce la Cuenca sabe que no es el mismo que el de Lena.

Mis padres fueron dejando atrás la lengua que aprendieron de sus mayores y usando la que aprendieron en la escuela, se fueron adaptando al ambiente en el que vivían y trabajaban. Mi sustrato era más endeble, así que se quedó en nada. Para no ser llamado "pueblerinu", "aldeanu" y demás sustantivos usados como calificativos de u enfática me fui comiendo hasta el "ye" y entonces cuando iba al valle de Payares me convertía en el finu de Avilés. En ocasiones no entendía lo que los viejos hablaban en sus conversaciones y aunque sacaba por el contexto el asunto perdía muchos matices, así que no sabía por qué reían o por qué se enfadaban. En una ocasión terminé casi llorando en un día de yerba porque mi güela me decía: "Paña dafechu que nun das traza", y yo, que no la entendía, seguía a lo mío y a mi manera, sin comprender por qué cada vez que miraba para mí gritaba lo mismo pero más alto y de peor humor.

Fue de mayor que quise recuperar lo perdido y estudiar lo que nunca había estudiado porque no había dónde y al mismo tiempo que leía el asturiano normalizado escuchaba lo que los viejos, y sobre todo las viejas, decían. En una de aquellas tardes en el chigre, uno de aquellos viejos, que apenas sabía hablar un castellano que un castellano pudiera entender, me dijo: "¿Pa qué quies que t'apriendan esto si nun val pa nada y nun dexa sitiu na cabeza pal francés o pal inglés que sí valen bramente?". Pensaba el paisano que el cerebro es como un pajar, más grande o más pequeño pero de espacio limitado. No sabía que el aprendizaje de una lengua adicional proporciona estructuras que sirven para el aprendizaje de nuevas lenguas. No sabía que el aprendizaje de una lengua romance cercana al castellano mejora la comprensión del propio castellano. No conocía las ventajas del conocimiento de las lenguas ambientales. Como no tenía sentido entrar en ese debate, simplemente le dije: "Pa entendete a ti".

Eso me hubiese gustado. Entender a mis mayores de niño. No haberme perdido lo que querían contar o expresar. Eso ya no tiene remedio. Ahora quisiera mantener vivo ese patrimonio, o por lo menos retrasar su muerte y que yo no lo vea. Lo peor para la llingua no es ese relato del PP y de un sector del PSOE que dice que empiezas cantando el Chalaneru en la escuela y terminas pidiendo la independencia asturiana, lo peor es la resignación con la que contemplamos cómo se pierde en la borrina.

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