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Vita brevis

Pensionistas del Mayo del 68

Estos días toman las calles quienes hace cincuenta años miraban expectantes la revuelta juvenil francesa

Han encontrado un hueco en sus innumerables ocupaciones cotidianas. Se abandonan en parte, se adelantan o se atrasan, pero hay que conseguir esa hora al mediodía, que el sol a estas alturas del año ya es amoroso, cuando se deja ver sin nubes que lo cubran. El espíritu levantisco llama y el ímpetu juvenil reverdece, a pesar del colesterol, los triglicéridos, la glucosa, el enfisema pulmonar, la bursitis, la prostatitis, la ciática, la hernia de hiato, la artrosis, las cataratas y el largo rosario de enfermedades y tratamientos propios de la edad provecta en las sociedades opulentas y longevas.

Se acorta o simplemente se suprime el sofocante y torturador paseo en chándal arrastrando la lengua hacia ninguna parte entre agónicos jadeos y ataques de tos. Se madruga más en la visita a los supermercados para comparar precios de artículos que nunca se van compran. Se avisa a los hijos para que, en la medida de lo posible, sean ellos los que atiendan en ese día a los nietos, evitando así la conducción del carricoche y, si ya andan, que los lleven a rastras en un mareante desnorte por el bullicio de las calles. No se puede llevar a los nietos a esa barahúnda.

Los jubiletas se han puesto levantiscos en demanda de pensiones dignas. Cada equis días se concentran en las plazas de los pueblos de España, pancarta en ristre, a golpe de consigna. Se diría que han rejuvenecido cincuenta años o que se acuerden de entonces y, a su modo, quieran revivirlo.

En este año se cumple medio siglo de aquello que fue conocido como el Mayo del 68 o, simplemente, como el Mayo francés. En realidad todo comenzó el 22 de marzo de 1968, cuando un grupo de estudiantes se encerró en la Universidad de Nanterre, a las afueras de París, en protesta por las normativas del centro, abandonando el encierro a las pocas horas ante la presencia de la policía.

El 22 de abril un grupo más numeroso de estudiantes volvió a encerrase, en este caso en protesta por la detención de varios de ellos acusados de atentar contra empresas estadounidenses por la guerra de Vietnam, interviniendo la policía. El decano decide el 28 de abril cerrar la universidad de Nanterre. Poco después también se decide cerrar la universidad de la Sorbona, en el mismo centro del Barrio Latino de París.

Así, a partir del 3 de mayo comienzan las manifestaciones estudiantiles, que acaban levantando barricadas con los adoquines de las calles, produciéndose verdaderas batallas campales con las Compañías Republicanas de Seguridad, que son los antidisturbios franceses, conocidos por sus iniciales CRS, produciéndose cientos de heridos.

Aquel mayo se alargó a junio y se dio la circunstancia de que, en protesta por esos sucesos, para el 13 de mayo se convocó una huelga general en toda Francia, que fue seguida masivamente y que, por propia iniciativa de los trabajadores, continuó en días sucesivos con ocupaciones de fábricas. El astuto general Degaulle puso fin a todo aquello afirmando que no dimitiría y convocando elecciones a finales de junio, cuyo partido saldría fortalecido en las mismas. Sabía que en Francia todo el mundo dice que es de lo más izquierdoso que haya, pero luego votan siempre a la derecha.

Estos sucesos se vivieron muy de cerca por medio mundo, incluida la España de Franco. Tal es la cosa que, años después, mucha gente de aquella generación presumía de haber estado allí, en el teatro Odeón junto a Daniel Cohn-Bendit, Alain Krivine y otros líderes del movimiento estudiantil, cuando se decidió el fin de la Universidad, cuando se proclamó la abolición de la sociedad de clases y de la alienación, cuando se prohibió prohibir y cuando se pedía ser realista y pedir lo imposible. Ahora, por las calles andan los pensionistas de aquel Mayo del 68.

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