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Abogado

La finquita

Estamos expectantes por el resultado del referéndum electrónico de los podemitas. A estas alturas aún pueden votar los inscritos, incluso por enésima vez, porque el voto que vale, según nos dicen, es el último que se envía a la nube. Vaya usted a saber.

Seguramente, la feliz pareja saldrá victoriosa de este desafío. Es que no debería ser de otra manera. Pablo Iglesias e Irene Montero ya dijeron que compraron su casa con finquita en Galapagar porque tenían los posibles para ello y, además y por si no fueran suficientes, contaban de antemano con percibir en su día una sustanciosa herencia paterna. Por añadidura, ese era el lugar adecuado para que pudieran crecer sus esperados hijos al frescor de la serranía madrileña, asistiendo a un colegio público de los más ideales de los que existen, a pesar de estar bajo el yugo administrativo del corrupto Partido Popular, que no viene al caso, porque también aquí, en La Carriona, hay uno que aplica el mismo método educativo.

De modo que la pareja cabecera de Podemos es un ejemplo anticipado del futuro que a todos nos espera. Ya dejaron sentado que su aspiración era que todos los ciudadanos pudieran cobrar los sueldos que ellos perciben y que, por ello, tuvieran las mismas facilidades para hacerse con un caserío semejante al que ellos y ellas adquirieron. No cabe duda de que esa aspiración merece la aprobación general de las bases podemitas y, por supuesto, del común del populacho.

Es de esperar que este ejemplo y los deseos de su extensión a todos los españoles se plasmen en el programa electoral de Podemos. Quedará así escrito que el salario mínimo interprofesional pasará a ser de unos 3.500 euros al mes, que es lo que vienen a cobrar cada uno de los Iglesias y las Montero, lo que está bastante bien. Además, se modificará la Constitución para garantizar que todos los españoles tengan derecho, no a una vivienda digna, sino a una finca digna en la sierra madrileña o en otra semejante, que ancha es Castilla.

Ciertamente, estas propuestas habrán de ser luego definidas con precisión y detalle, como siempre pasa con todas las normas, que tienen su letra pequeña. Esto es especialmente aplicable a la finca en cuestión, porque el precedente ejemplar consiste en una casa de algo más de doscientos metros cuadrados dentro de una finca de algo más de dos mil metros cuadrados, en la que se ubica una piscina, más una casita para invitados de unos ochenta metros cuadrados y un retrete en forma de huevo, para el caso de que a alguien le entre un apurón o alguna otra urgencia cuando ande por la pradería y, así, no tener que entrar en la casa en chanclas, que se pringa toda y es un dolor.

Como cualquiera puede advertir, las dimensiones de la casa y de la finca, más sus elementos adicionales, son aplicables a una pareja con dos hijos por venir que, además, son gemelos o mellizos, que es el caso de los Iglesias y las Montero. La cuestión está por saber si esos mismos derechos serán aplicables a otra pareja con dos hijos de hornadas diferentes. También habrá que solucionar la cuestión de quien tenga o vaya a tener más o, en su caso, menos vástagos. En tales supuestos, seguramente habrá que hacer los aumentos o reducciones correspondientes en la superficie de la casa y, proporcionalmente, de la finca, manteniendo que aquella ocupe aproximadamente un diez por ciento de esta.

Un programa semejante de la formación desbancará a todos sus contrincantes en la primera ocasión que se les presente. Es posible que la oportunidad ande cercana, tal como están las cosas. El derecho a la finquita. ¿Quién da más?

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