Era uno de los últimos mineros del hierro de la mina de Los L.lamargones. Nació en 1924 en el pueblo de Fresneo. La cercanía de las minas de hierro marcó un destino en la minería desde muy joven. Con catorce años, en el año 1938, entró en la mina de Los L.lamargones descargando vagones de mineral cobrando 5,50 pesetas diarias. Era un hombre menudo, pero con gran fuerza física y con muchas ganas de luchar por la vida y por un destino. La marca del óxido de hierro teñía las ropas de los trabajadores y también sus cuerpos y sus vidas.

Tenía José una memoria prodigiosa. Recordaba con todo tipo de detalles su dura vida de trabajo. Pero también recordaba la mayor parte de la historia de la minería férrica, pues su padre, que había llegado a Quirós desde Cangas de Narcea, había trabajado allí también. Muchos pormenores e historias de las instalaciones mineras y del tren minero que llevaba el carbón y el hierro a Trubia. Accidentes mineros y del ferrocarril ocupaban parte de sus recuerdos. Aquel chigre de sus padres en Fresneo, lleno de mineros y vaqueros que en su paso a las morteras y puertos hacían allí su "poisa" para hablar de lo divino y de lo humano. Vivió su vida y las de otros muchos, pues su memoria conservaba intactas los relatos de los mayores.

Cuando trabajaba en las minas de carbón de la misma empresa, Fábrica Mieres, en el Pozo Las Cruces, se produjo una explosión, "un soplonazo que salió del interior barriendo toda la plazoleta". Aquel sábado, último día de agosto del año 1946, quedó marcado a fuego en su cuerpo, ya que fue uno de los tres "quemaos". Tuvo más suerte que otros dos compañeros de tajo, Paulino y Avelino, a los cuales el grisú se llevó después de varios días de terribles dolores.

La vieja lámpara de la vida de José fue languideciendo y la llama era aún más débil desde hace dos meses cuando su mujer, Rosa, se fue tras sesenta años juntos. Viejas lámparas mineras que se van y con ellos los recuerdos y vivencias de un concejo que era más importante y próspero que ahora. Lámparas apagadas como las de un trabajador del tren minero como Manolo, el de pasao el río, o las de Floro, el de Salceo, vigilante de Fuentes, o de Manolo Cortes, vigilante de Fábrica Mieres. Y las de otros muchos viejos mineros que van dejando esas lámparas al lampistero para no volverlas a encender.