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Los mejores siempre van por delante

La falta de José Aurelio Álvarez se hace difícil de entender

Querido José Aurelio; querido compañero; querido amigo: Te nos has ido casi sin avisar, sin querer hacer ruido; como si tuvieras que pedir perdón por marcharte. Así eras.

Te nos has ido un mal día de agosto; en la mitad de la carrera de tu vida y con lo mejor de ella por delante; con los deberes, como siempre, hechos, después de estar al pie del trabajo hasta el último momento. Aunque las fuerzas ya no te acompañaran, aunque supieras que tu tiempo se agotaba, seguías despidiendo a tus clientes con una mirada llena de esperanza y un ya nos vemos en septiembre.

Sí, llegará septiembre; y se nos hará difícil entender que ya no estás.

Cuando el destino llega tan antes de tiempo y de esta forma cruel las palabras se hacen inútiles y vacías, y en el hueco de la ausencia poco cabe además del recuerdo.

Por eso, ten seguro que echaremos de menos tu sonrisa fiel y franca, tu trato amable y campechano; tus opiniones certeras; la forma en la que simplificabas los problemas más difíciles para encontrar las soluciones más sencillas; que echaremos también de menos la inmensa humildad que siempre quisiste hacer tu compañera; la honradez con la que siempre supiste caminar tanto en la vida política como en tu labor profesional.

De tu paso por la política bastan los hechos; supiste dirigir nuestro ayuntamiento con la misma honestidad que guió tu vida privada. Prueba de ello es que saliste a hombros y por la puerta grande de nuestro pueblo; desde la misma puerta por la que tantas veces entraste a trabajar y defender lo que creías que era justo. La lástima es que en la cofradía de la política ya se sabe que lo correcto no es sinónimo de lo conveniente, y tu preferiste poder caminar con una mirada limpia a disfrutar del brillo de la púrpura.

De tu paso por tu labor profesional, bastan los frutos de tu trabajo. Los que hayan tenido la fortuna de disponer de tus servicios, saben de lo que hablo.

Permíteme que te diga que yo personalmente también echaré de menos esos testamentos que nos encargabas preparar en los que las recomendaciones del alma pesaban tanto como las disposiciones patrimoniales, que no todo va a ser la plata; y los ratos en los que disfrutaba de tu conversación ágil y erudita, bien fuera entre papeles o entre las olas de la orilla, mientras controlábamos que nuestras hijas no se metieran muy mar adentro.

Esa fue tu última preocupación: tu familia. Los que te hemos conocido tenemos la certeza de que tu inquebrantable espíritu de padre, esposo e hijo, abrazará y protegerá a tus hijas, Lucía e Isabel; a tu mujer, Rosana; y a tu madre, Mercedes; en sus momentos difíciles. Siéntete orgulloso de ellas. Justifican una vida.

Decía Esquilo, el dramaturgo griego, que "no digas que un hombre es feliz hasta que haya muerto". En tu caso esa aseveración no es válida. De ti podemos decir que siempre supiste ser una persona feliz. La felicidad que conocen los que viven de una forma consecuente con sus ideas y valores. La misma felicidad que transmitías a todos lo que hemos tenido la fortuna de conocerte.

Lo lamentable, José Aurelio, es que en la muerte, como en la vida, los mejores siempre vais por delante.

Querido José Aurelio, no me voy a despedir con un que descanses en paz; puñetera falta hace que nadie te desee lo que ya tienes por derecho propio. Simplemente quiero, en mi nombre y estoy seguro que también en el de muchos de los amigos que dejaste, pedirte que, al igual que Don Quijote cuando emprendió su última y definitiva salida, nos dejes algo de tu espíritu. Falta nos hace.

Un fuerte abrazo, y hasta un eterno septiembre.

P.D. Ah, y no te preocupes, ya nos encargaremos entre todos del gallo de Esculapio.

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