La sidra de Nava recupera esplendor tras haber ganado los dos principales concursos de calidad de este verano. Roza se impuso en el festival local de julio y Orizón hizo lo propio en la reciente fiesta gijonesa. Estos galardones refuerzan un orgullo sidrero que debería servir de acicate para que nuestros pequeños y medianos llagares, herederos de una tradición centenaria, aspiren ahora a la excelencia y se abran al mundo. Disponemos de un producto maravilloso, de primerísima calidad, que ha generado en torno a sí una cultura propia, única y con un potencial turístico enorme, lo mismo en Villaviciosa que en Nava o en Sariego. El problema es que no está siendo aprovechado. Hay alguna actividad esporádica que suele cosechar rotundos éxitos, pero, como en tantas cosas, se echa en falta un planteamiento global y mucho más ambicioso. Nuestras manzanas podrían dar jugo para mucho más que sidra. Lástima que falte quien las maye.