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Los últimos druidas

El chigre del pueblo

Era la parada obligada de casi todos los hombres del pueblo y de alguna mujer. Antes de entrar a la mina no faltaba la copa de orujo y a la salida un cuarterón de vino. Eran las partidas vespertinas a las cartas y los más ociosos, siempre que se juntaban cuatro para darle al tute, al subastao o a la brisca. Se hablaba de todo: de lo divino, lo humano, la gacetilla local y si había cazadores los relatos se aumentaban dos o tres veces. Se acabó el chigre en el pueblo y es como si hubiera ardido la biblioteca más íntima, sabia y profunda del vecindario. Llegaron a contarse hasta cuatro y algunos con comestibles, alpargatas, madreñas y escobas. Todo quedó en la nada. Pueblo sin tasca es un núcleo muerto y sin vida. Ahora, el chigre de las bellas y fértiles praderías de la Casa de Mieres, al lado de Las Ubiñas, lo cerraron a cal y canto por una orden en desorden. Nadie lo entiende. Me da vergüenza ajena y la sed la apago con agua y ruego a la Virgen de Las Nieves para que vuelva.

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