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Despacito y buena letra

Empieza el curso

Acerca de los condicionantes internos y externos a la hora de recibir una buena educación

El año natural termina para el campesino cuando recoge sus cosechas; para alumnos y profesores empieza en setiembre con las paradas de todos conocidas y con las tarifas de libros que alarman al veraneante descuidado. Todos están inquietos y expectantes. Los alumnos aún no se lo creen. Se acabó el verano. No quieren quitarse las bermudas y eso que las sombrillas, hamacas, chanclas y paelleras duermen ya en el trastero... Llegan las obligaciones: clases, exámenes, notas... y entre fracaso y éxito toca hacer camino. Los profesores oxigenados y conocedores del paño programan sus clases, sus objetivos y esperan provocar esa curiosidad que facilite el aprendizaje y evite la distracción, las ausencias, la inapetencia y el traumático suspenso, algo en extinción desde la Transición política. Los padres ilusionados, optimistas. Confían en sus hijos. Les animan. Saben que son los mejores y esperan que este curso tengan la oportunidad de demostrarlo y que en vez de sacar cincos, con alguna que otra recuperación, obtengan nueves o dieces. Y en medio de este panorama, la sociedad, todos nosotros, que con nuestro ritmo habitual premiamos o castigamos según las circunstancias, y, cómo no, los medios de comunicación, que como oráculos del futuro nos recuerdan la importancia que tiene una buena educación en el progreso de los pueblos y en la mejora personal. Así, estos días iniciales de setiembre nos hablan de inteligencia emocional y social, de la importancia de la creatividad, de la economía del conocimiento en un país como el nuestro, no muy dotado de materias primas? y en medio de todo este barullo no faltan los políticos juiciosos que demandan un pacto de estado educativo que evite las guerras innecesarias que se atisban por el horizonte.

Hace un tiempo, en plena dialéctica entre marxistas y cristianos, sucedió el siguiente episodio que resumo.

Un marxista le preguntó a un cristiano:

-¿Cómo usted puede creer en algo no demostrable como es la existencia del cielo?

Y el cristiano le respondió:

-Si para usted es imposible creer en el cielo, para mí lo es más aún creer en una sociedad sin clases, entre iguales, ya que como usted y yo sabemos la inteligencia de todos no es la misma.

Esta anécdota no vendría a mi cabeza si recientemente no hubiera leído un ensayo de Thomas Piketty, economista solvente y muy mediático, que al analizar las causas de las desigualdades económicas que se dan en la actualidad y la solución a las mismas, reconoce que uno de los motivos que origina más desigualdades en el presente viene generado por el "capital humano", concepto que designa la inteligencia y cultura de cada persona. Estas diferencias no son tan fáciles de amortiguar o equilibrar, pues dependen del nivel intelectual de cada persona, de la familia en que uno nace y crece y del entorno social que rodea al niño, ya amigos, vecinos, compañeros de clase? Dicho esto, ¿deben los padres preocuparse o no del "capital humano" de sus hijos? ¿Sorprende que busquen y exijan la máxima calidad y elijan la educación que quieren? ¿Tendrá la misma sensibilidad para el estudio un niño que vive en un ambiente cultural, rodeado de personas preparadas, libros, tertulias, conferencias, cine, museos? que otro que no tiene luz para hacer los deberes?

No está de más recordar que el futuro de cada uno dependió, depende y dependerá del nivel de responsabilidad y entrega de sus padres, de su cultura, de su generosidad, del tiempo y motivación que transmitan. Hace unos años al visitar las chabolas de la Sierra de Granda pude compartir la alegría de un padre que me dijo satisfecho que su hija empezaba el 1º curso de bachillerato. ¡Eso sí que era motivación!

Que la inteligencia no es uniforme y que genera diferencias lo sabemos todos, pero viene bien recordarlo, pues pocos intelectuales tienen el valor de decirlo y analizarlo.

Para concluir este escrito voy a permitirme trasladaros dos recomendaciones de Gregorio Luri que considero muy juiciosas:

La primera, que no hay alternativa pedagógica a los codos, o dicho de modo campesino, si no se planta la viña y se cuida no se cogen uvas.

La segunda, que todo niño tiene derecho a tener unos padres tranquilos e imperfectos.

¡Que la navegación sea favorable!

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