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Marcelino y la Santina

La aventura de la vida merece la pena disfrutarla con intensidad. Aunque en este día sería más adecuado hablar de la muerte y recordar a los fallecidos, se impone por razones de oportunidad reflexionar sobre una persona muy viva. Su expresión pública refleja vitalidad, energía y en los últimos acontecimientos deportivos que hemos podido conocer, muestra alegría, pasión por la vida. Con un innegable espíritu de superación en una de las más inestables profesiones, Marcelino García Toral (Careñes, 1965) se ha labrado un prestigio que le coloca en la cumbre de la actividad deportiva como entrenador en la mejor Liga del mundo. Me ha agradado estrechar su mano en su fugaz paso por Gran Canaria, donde su equipo se enfrentó a la UD Las Palmas. Aunque Nava y Villaviciosa siempre estuvieron cerca, el destino impidió que coincidiésemos en la infancia en el colegio San Francisco, pero la vida se nos cruzó en Gijón. Años después, en algún pasillo de aeropuerto conversamos de fútbol y de Asturias. Y el pasado domingo, en un hotel de la capital grancanaria. Como acostumbraba a decir Luis Aragonés, "los entrenadores siempre deben ir de chandal". Así iba, en plena forma. Casi como en sus años de futbolista del Sporting. En Huelva, Zaragoza o Villareal han comprobado que vive el fútbol en cuerpo y alma. Familiar, detallista y leal con sus colaboradores, lúcido e inteligente, forma parte de una generación de asturianos que tienen las raíces en su patria querida pero el espíritu en todas partes.

Aunque el carácter le ha propiciado alguna tarjeta roja, Marcelino conoce el valor de la disculpa y aprecia la recompensa del arrepentimiento. La última vez que le felicité por sus éxitos deportivos en Asturias, un diciembre atrás, junto a su esposa, aparcaba su coche frente a la cueva de la Santina. Tiene fuerza para llevar una vida agraciada, sin miedo.

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