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Arqueólogo

La riqueza arqueológica de Santo Adriano

La cueva del Conde, yacimiento emblemático del Cantábrico

La cueva del Conde es uno de los yacimientos paleolíticos más emblemáticos de la Cornisa Cantábrica y uno de los referentes bibliográficos más comunes en los estudios sobre el período. El descubrimiento científico de este lugar se produce en el año 1915, cuando el Conde de la Vega del Sella (Ricardo Duque de Estrada y Martínez de Morentín) realiza la primera intervención arqueológica. No llegó a publicarla, aunque sí algunas referencias a ella en otros trabajos (Vega del Sella 1916; 1921). Mª C. Márquez Uría (1977, 1981) hizo un estudio sobre sus notas de excavación y sobre los grabados que se encuentran en diversos puntos del abrigo. Tras el Conde de la Vega del Sella realizaron intervenciones F. Jordá (1977), Freeman (1977), J. Fortea (2001) y más recientemente M. Arbizu, G. Adán y J.L. Arsuaga (Arbizu et al. 2010).

El yacimiento presenta una estratigrafía caracterizada por dos periodos de ocupación paleolítica, un nivel Musteriense y otro Auriñaciense, con algunos niveles que han sido definidos por algunos autores como de "transición" entre ambas etapas. La presencia de dos grupos humanos diferentes en la cavidad, neandertales y sapiens, en un periodo cercano en el tiempo explica el interés que se ha mantenido por el yacimiento. Cómo se produjo esta sustitución de especies continúa siendo un debate de máxima actualidad en la investigación paleolítica. Los análisis paleobotánicos y el estudio de los restos faunísticos del Conde han aportado mucha información sobre el paleoambiente de la zona, indicando unas condiciones relativamente templadas y húmedas dentro del Estadio Isotópico 3 (en torno a los 40-30.000 años antes del presente). Abundan las especies euritermas (que se adaptan bien a todos los tipos de climas) como el ciervo o el caballo. Aunque el registro arqueozoológico muestra también una alta variabilidad de ecosistemas en el entorno, como el bosque (por la presencia de jabalí y corzo), el roquedo (cabra y rebeco) o la estepa (rinoceronte) (Arbizu et al. 2010; Fraga 1958; Vega del Sella 1915).

Aparte de su valor arqueológico, el yacimiento cuenta con tres paneles con grabados lineales situados en diferentes galerías. El principal (y único accesible para las visitas) es el del sector I de la galería A. Consta de 37 líneas grabadas en horizontal, a lo largo de una pared de 1,80 metros en soporte calizo, con unas longitudes que van de los 40 a los 21 centímetros y un grosor variable de los 15 a los 9,5 milímetros, realizados con trazo profundo y sección en "U" (Rey et al. 2005). Estos grabados se han adscrito al periodo Auriñaciense, siendo datados en una fecha ante quem al 23000 BP y dentro del denominado "primer horizonte artístico" de la cuenca del Nalón, considerándose por ello una de las primeras manifestaciones de arte parietal de la región cantábrica (Fortea 2001).

Por su parte, el abrigo de Santo Adriano fue descubierto por un vecino (Paco de La Barzaniella), quien dio aviso de la posible existencia de grabados al grupo de espeleología de la Universidad de Oviedo dirigido por J.M. Quintanal, que un año después publicará un primer informe valorativo junto a J. Fortea (Fortea y Quintanal 1995). Posteriormente se realizan tareas de limpieza del yacimiento y un estudio en profundidad de sus representaciones gráficas (Fortea 2005). Actualmente existe un proyecto de investigación coordinado desde La Ponte-Ecomuséu en colaboración con varios centros de investigación y universidades denominado "Estudio de la evolución sedimentológica del Abrigo de Santo Adriano. Implicaciones para la cronología del arte paleolítico cantábrico", con el que se busca aportar nueva información y complementar los trabajos desarrollados por Fortea (nota 3).

El abrigo, situado a unos 22 metros del río Trubia y a una cota de 4,5 metros por encima de su cauce actual, fue lavado por las crecidas del río eliminando la práctica totalidad de las evidencias estratigráficas del yacimiento, por lo que su interpretación cronológica se debe a la similitudes de su arte parietal con otros enclaves del valle del Trubia y del Nalón, inscribiéndose en el segundo horizonte artístico de esta cuenca (Fortea 2005). Destacan las convenciones estilísticas reflejadas en este arte, como las ciervas triliniales o la única representación de una pata delantera. Otra de las características es la insinuación de movimiento en alguna de las figuras grabadas, como el caso de la cierva en posición de salto del panel 2. Además de las representaciones zoomorfas se encuentran varios signos, como el tridente junto a una pequeña cierva (en el panel 3) o las cinco líneas que atraviesan el flanco ventral del gran bisonte de la entrada (panel 1). Estas representaciones artísticas se adscriben a los periodos Solutrense-Gravetiense, con analogías (convencionalismos) en otros yacimientos del entorno, como Torneiros o el Camarín de las Ciervas en Santo Adriano, o la Lluera en el valle del Nalón (Fortea 1994, 2001). Aunque esta atribución cronológica está siendo matizada por otros investigadores (González Sainz 2000; Ruiz Redondo 2011). Cuenta con dos sectores principales de grabados distribuidos a lo largo de las paredes Este y Oeste (ambas reciben luz solar directa), de las cuales solo se muestra a los visitantes la Este (por motivos de conservación y movilidad). Este sector consta de tres paneles diferenciados en los que aparecen representaciones zoomorfas (bisontes, ciervas y cabras), con un total de 16 figuras, grabadas a trazo profundo (con sección en "U" y "V").

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