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El termómetro

Ya soy bombero

El otro día salí por la noche por el pueblo, después de unos doscientos años de vida ascética (es un decir), y me sentí como un marciano. Al principio lo achaqué a la música -hasta me horrorizó la que puse yo mismo en un bar en el que me pidieron que pinchara- y después me di cuenta de que daba igual, que no era eso, que me había ocurrido como al joven Indiana Jones en la tercera película de la saga. En una escena, después de extraviarse, se decía a si mismo: "Se han perdido todos menos yo".

Lo cierto es que la noche ha bajado bastante, al menos en cantidad -respecto a la calidad, a mis años no estoy en condiciones de opinar sin sonar a carcamal nostálgico- en favor del día. Por eso yo solía decir que mi generación había sido muy afortunada, porque le tocaron los mejores tiempos de la noche -los domingos y demás- y, una vez que nos volvimos diurnos por necesidades del guión -hartazgo, niños, vieyera, etcétera- empezaron a mandar el chigre, el terraceo y la sidra.

Todo eso lo decía hasta ahora. Haciendo bueno el refrán según el cual nacemos pirómanos y morimos bomberos, ahora creo con cada vez más convicción que la noche está muy bien -y todo el mundo necesita vivirla para socializarse y tener experiencias que a la luz del día son imposibles- pero también creo que hubo mucha gente, entre la que rotundamente me incluyo, que se la tomó con demasiado entusiasmo, dejándose otras muchas y muy buenas opciones de vida por el camino.

Es una apreciación personal que tengo claro que muchísima gente no comparte. De hecho, tengo amigos que, siempre que pueden, se dejan arrastrar por el reverso tenebroso y salen por la noche con entusiasmo, y se sienten bien por más que, a sus años, las resacas les duren más que la cuaresma.

En cualquier caso, y aunque algunos irreductibles todavía sigan en pie de guerra, yo suscribo lo que dijo Gómez de la Serna: "Es difícil determinar cuándo acaba una generación y comienza otra. Diríamos más o menos que es a las nueve de la noche". Con los usos actuales yo me atrevería a decir que a las tres de la mañana.

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