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La mecedora | Cronista de Lugones

En defensa de la inquietud

La vida sin inquietudes no tiene lo que se dice mucho sentido. Todo el individuo que pretenda hacerse persona debe gozar de inquietudes que le permitan distinguirse esencialmente de los seres anodinos, porque su actitud insustancial ante la vida no reporta ninguna cuota de ejemplaridad y participación positiva ante la sociedad.

Por sus inquietudes pueden conocerse los deseos que tiene un hombre de ser feliz. Está dicho que existen cuatro maneras de superar la mediocridad en el desarrollo del ser humano. A saber: la locura, la mística, el arte y el humor.

Es obvio que cualquier inquietud requiere, sin duda, una notable carga de desprendimiento, de solidaridad. Cabe que en muchas ocasiones solidaridad sea una palabra vacía de contenido. En muchos casos desgraciadamente tan solo es válida cuando de resolver sus propios problemas se trata, inhibiéndose cuando la colectividad demanda su participación.

Las inquietudes conforman un amplio arco de demandas de la propia sociedad, que se pueden vaciar o desarrollar en distintas áreas o facetas de la vida: políticas, sociales, culturales, sindicales, deportivas?

Ya se ha dicho que los pueblos son la suma de sus habitantes. Lo demás es orografía. Un espacio de tierra sin pobladores no es forzosamente un pueblo, no tiene vida y lo que no tiene vida no existe. Debe tenerse en cuenta que la vitalidad de un pueblo se mide por la capacidad de sus inquietudes. Y en esta vitalidad, sin despreciar la que imprime la madurez, juega un papel muy importante la juventud, en el presente y para el futuro. Los jóvenes son como las plantas: por los primeros frutos se ve lo que podemos esperar para el porvenir. Es la edad de los sacrificios desinteresados, de la ausencia de egoísmo.

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