El magistrado Julio García Braga se jubila como presidente de la sección segunda de la Audiencia Provincial de Oviedo. Una entrevista con este periódico cuando era titular del juzgado de instrucción número uno de Bilbao e investigaba el asesinato de Santiago Brouard, nos acercó para siempre en aquel Infiesto que compartíamos y compartimos. A partir de cierta edad, es verdad, la vida se convierte en un recuerdo permanente y al leer que Julio García Braga deja la toga tras una diltada carrera profesional, he vuelto a mirar aquellos años del siglo pasado a través de una persona ejemplar, que se ha distinguido por compartir lo mejor de su vida en Piloña.
Miembro de una de las más tradicionales familias ovetenses, Julio García Braga hunde sus raíces en Piloña tanto que le hacen emparentar con los originarios titulares de la Cueva del Sidrón, ese tesoro de los neandertales que se encuentra un poco más arriba del Vallobal de sus veranos y de su casona familiar.
Hombre de gran dominio y salud moral, pronto se ganó en Asturias, de Cangas de Onís a Luarca, una incomparable autoridad como juez y un reconocido prestigio como persona de bien. Su nobleza en el trato es fruto de su elegancia interior y de una discreción forjada por una profesión que marca el carácter. Fríamente amable pero siempre servicial, en la sala de vistas, en las procesiones, en las fiestas, en funerales y en bodas, en Incós y en la Avellana, Julio García Braga ha sabido estar en su sitio. Y buena parte de ese tiempo, mientras la enfermedad no se lo impidió, al lado de su esposa Isabel Fernández. En la intrahistoria de Infiesto está marcada de forma especial la fecha de la boda de Julio e Isabel en Covadonga. En aquel día, dichoso para el magistrado y su esposa, Infiesto lloraba la muerte del médico Francisco Vigil-Escalera, un prohombre de inolvidable recuerdo. Pero esa es otra historia y otra personalidad.
