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Concejal de Cultura de Grado

¡Habla, Muyerina!

La polémica suscitada en Grado por el traslado de la escultura

Unos que si no hay derecho a que la cambien de sitio, otros que si los críos se encaramaban encima de ella. Unos que si antes se tropezaba con aquel pedestal que ocupaba media plaza, otros que si ahora con lo que se tropieza es directamente con ella. Unos que si fue una cacicada del gobierno local, otros que si la oposición protesta por todo (esto creo que lo dije yo). Unos que más alta, otros que más baja? Y venga y dale con la Muyerina, delante y atrás, a uno y otro lado, arriba y abajo.

Y ella sin poder decir nada, objeto de comentarios partidistas, utilizada con fines políticos, convertida ya para los foráneos en caricatura de un pueblo dividido en torno a quienes tomaron el mando del Ayuntamiento, sin poder decir nada, condenada a ese silencio perpetuo al que han de resignarse todas las estatuas.

Y ahora la gente pasa a su lado y detienen el paso frente a ella, y se fijan en su aspecto como nunca antes lo habían hecho. "¡Vaya gorda que ta!", comentan algunas personas en tono coloquial a la vez de impenitente. "¡Huuuy! Pero si tiene las cejas depiladas", dicen otras más refinadas y coquetas. "¡Huuum! Tien cara de home", le espetan con sagacidad investigadora. "¡Vaya calor que debe de pasar la probe con toda esa ropa!", en tono más afable y solidario. Y así unos y otros: irreverentes y guardianes de la moral conservadora, unos a los que les apodan perroflautas y a otros pijos, enardecidos y pusilánimes, azules y rojos, unos más oscuros y otros más claros.

Y ya va siendo hora de que la Muyerina se manifieste, de que los astros se alineen o se obre el milagro. ¡Habla, Muyerina! Dinos lo que piensas, alúmbranos con tu luz de bronce, haz de faro salvador y guíanos en las tinieblas de la Plaza. ¿Qué quieres que hagamos?

Y habrá quienes oigan su voz metálica y digan que la Muyerina les ha hablado. Y unos dirán que quiere que la vuelvan a subir en lo alto de un pedestal donde lucir su orondo cuerpo y controlar desde allí el horizonte del mercado; otros dirán que se encuentra muy a gusto a pie de calle, en contacto directo con la gente, arropada entre la muchedumbre.

Unos que si reivindica la centralidad y la magnificencia de las efigies; otros que le estresa tanto protagonismo y que prefiere pasar un poco más desapercibida. Unos que quiere volver a mirar al Norte por donde se intuye el Mar Cantábrico; otros que al Este y que el Sol caliente su rostro por la mañana.

Y lo que la Muyerina diga será interpretado de nuevo de forma arbitraria; en favor o en contra de los que entraron, salieron o pretendan entrar, sin que importe que quieran o no iniciar las beligerancias; será otra vez tergiversado para alimentar los egos de quienes no transijan, bien por haberla puesto, bien porque no toleran que se mueva, bien por haberla movido.

Y si algún día de verdad hablase, por esa razón volvería a callarse, porque se daría cuenta que las palabras de una estatua no pueden cambiar la naturaleza de los transeúntes.

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