Hay cierta unanimidad entre los historiadores sobre que el desarrollo del Estado del bienestar constituye uno de los rasgos distintivos de nuestro tiempo. Pero a la vez, su logro puede que haya generado entre los ciudadanos la mentalidad de que se pueden reclamar a las administraciones bienes o servicios que no siempre estas pueden satisfacer. Las demandas afectan también a los municipios y observo con extrañeza algunas peticiones que de forma recurrente se hacen en nuestra comarca. Algunas son variopintas y bastante discutibles: centros de estudios, campos de fútbol de hierba artificial, pistas de pádel, carriles para bicis, zonas de uso exclusivo para animales, centros ecuestres, ayudas para viajes y expediciones y hasta saunas. En algunos casos las pretensiones están justificadas por los beneficios sociales que reportan, en otros parecen destinadas a satisfacer deseos particulares; y contrastan con la imperiosa necesidad de aumentar las ayudas sociales, completar los saneamientos de las parroquias, acondicionar y mejorar los centros escolares o reducir los índices de contaminación y el paro.

Creo que, cuando los recursos son limitados, conviene fijar bien las prioridades y evitar los gastos excesivos; que las atenciones de los servicios públicos no tienen por qué sustituir iniciativas propias de la sociedad civil, y que no podemos permitirnos lujos y, mucho menos, lujos asiáticos.