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El Termómetro

Lo visible, el misterio

Reflexiones sobre la fascinación que provoca la fiesta polesa de los Güevos Pintos

Pasada ya la edad de la tontuna, la de poner el cachondeo por encima de cualquier otra vocación en la vida (es decir, cuando en el juicio pesa más la vieyera que la juventud), cualquiera que quiera hacer una apología de las fiestas de su pueblo tiende a caer en la trampa de lo visible.

En el caso de los Güevos Pintos serían los puestos de venta, la bendición, el baile, las actividades paralelas, el desfile, la sesión vermú, la sidra. ¿Qué decir de todo eso? Que está muy bien, sí, y que sin ello no habría fiesta. Pero no puede ser solo eso. Lo visible no explica nada. O casi nada. ¿Qué lo explica, entonces? No tengo ni idea.

A raíz del reportaje que salió en este periódico el domingo sobre los Güevos Pintos me dio por pensar en mis grandes recuerdos de la fiesta y me di cuenta de que tenía poquísimos. Pensé en lo de cantar en El Colón, y también me vino la imagen de un amigo mío en un bar, vestido con el traje regional a las ocho de la mañana, como una aparición, después de dieciocho horas de fiesta. Eran dos buenas escenas, pero no suficientes. Después de años y años y años viviendo el Martes de Pascua, era una cosecha de recuerdos muy pobre. Y, por otra parte, si ese tipo de visiones fueran lo más importante, la fiesta hoy no tendría aliciente, porque son irrepetibles: el Colón ya cerró, y en cuanto a mi amigo:

a) Ya no se viste de asturiano.

b) Ya no aguanta hasta tan tarde (aunque por poco, todo hay que decirlo).

En otra ocasión ya hablé del "efecto andarica" para referirme a las distintas formas con que los aborígenes afrontan las fiestas locales, y que simplificando mucho se podrían resumir en dos: los que se implican en las actividades oficiales -en este caso, los mencionados puestos de venta, bendición, desfile, etcétera- bien como sujetos activos, bien como espectadores o consumidores, y los que, lejos de la pompa y la actividad oficial y cultural, se quedan agazapados en una barra de bar, terraza o plaza pública como una andarica en un pedrero.

Pues bien, los que estamos -sí, primera persona, lo reconozco- imbuidos del efecto andarica tenemos que explicarnos el atractivo de una fiesta como los Güevos Pintos de otra manera distinta. Si todo lo que se nos ofrece en el riquísimo programa de actos no nos sirve, ¿qué explica el valor de la fiesta? ¿Que hay mucha gente? La hay en muchísimas otras fiestas. ¿Que corre la sidra? ¿Cuándo no?

Robert Greene apela al misterio como una de las armas de atracción más eficaces que existen. Es el tirón de lo inexplicable, la fascinación de lo inaprensible. Quizá sea eso, porque yo -parafraseando aquella gloriosa conversación que un amigo tuvo ocasión de escuchar por boca de dos mujeres en las calles de la Pola- esto de los Güevos Pintos "cuanto menos lo pienso menos lo entiendo".

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