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Despacito y buena letra

A Monchu, el pintor

La triste pérdida de José Ramón, un hombre generoso y buen amigo, de Lugones de siempre

Una llamada de teléfono cuando menos se espera siempre produce alarma, inquietud y más cuando se te comunica que un amigo, un vecino con el que has estado recientemente tomando un café en el bar de la esquina es el fallecido. Y esto es lo que me ocurrió a mi el pasado 16 de marzo, cuando una voz asustada y pesarosa me dice que Monchu, el pintor -así lo llamamos todos en Lugones- falleció de una manera súbita, inesperada, en las primeras horas de ese día.

Después de la sorpresa, del lamento por el amigo y vecino, de lo incomprensible de la situación, de las muchas preguntas que nos hacemos en busca de una lógica, de una explicación, viene la sesuda reflexión de siempre del "no somos nada, donde manda patrón no manda marinero...". Y al fin uno se da cuenta de lo vano de su intento y se refugia en el recuerdo, en la memoria para dar vida a la vida, al amigo y más cuando se trata de personas como Monchu que lleva su maleta llena de buenas acciones, de buenos hechos y de todo ello han dado fe multitud de personas, especialmente su querido Lugones, que con su presencia han querido testimoniar la gratitud y afecto que le tenían y tienen a él y a su familia.

No se puede entender la vida de los pueblos sin citar a personas que los han hecho suyos, que han sido bandera y símbolo del mismo como es el caso de Monchu, al que siempre te encontrabas en las calles principales de Lugones y en los momentos centrales del día, y te hacía el comentario ingenioso o te mostraba su asombro ante la elegancia y garbo que taconeaba las aceras y, si se terciaba, el piropo, respetuoso y galante, tributo de sana admiración ante tal maravilla femenina. ¡Vaya gachí! Tampoco en sus charlas faltaba la sugerencia sobre los avatares cotidianos y si aparecía en los periódicos, me lo recordaba: ¡Oye, José, el otro día salías bailando con una chica muy guapa?" , su escepticismo ante los cambios tan rápidos que la sociedad estaba experimentado y que nos dejaba a todos un tanto perplejos, y es que lo bien aprendido, no se olvida? O las vivencias de aquellos domingos de entonces - bailes en Lugones, Oviedo y en verano La Herradura?- donde siempre aparecía su compañero de fatigas, Manolete, Manolo el de la Caldereta, no sólo en el campo de fútbol del Pontón, en el Castro, sino también en los bailes y fiestas de Oviedo.

Era la época de la vespa, de la lambreta, y los más jóvenes, como era mi caso -los cambios generacionales no eran tan rápidos como ahora- mirábamos asombrados cómo funcionaban los mayores, los veteranos, los que ya habían hecho la mili. La televisión sólo reinaba en los partidos de fútbol importantes y mientras, entre tute, subastau, pirindola, cartones de lotería, surgían las noticias, comentarios, las bromas, los éxitos o fracasos del día, que eran directamente proporcionales al número de piezas bailadas o calabazas. Recuerdo que el domingo, el último autobús salía a las 11 de la noche de Oviedo y en él bajaban con frecuencia ambos amigos, que solían tomar la espuela en el bar de mis padres, y yo, asombrado, apenas un adolescente, escuchaba sus hazañas, sus aventuras?

Estoy hablando de casi medio siglo y sólo el escribirlo me asusta, pero la verdad innegable es que el tiempo pasa y que personas como Monchu me obligan a pergeñar estos recuerdos, estas palabras de gratitud no exenta de admiración, pues con su hacer, me dio a entender que lo más importante que se puede ser en la vida es persona, una persona de fiar, una persona amiga de sus amigos, una persona leal, una buena persona como recalcó el sacerdote en la homilía.

No hace mucho un poeta al resaltar la importancia que tiene la infancia en el desarrollo del ser humano decía que: "En la infancia vivimos, después subsistimos". Palabras que rubrican esto que intento expresar, y es que personas como Monchu y otras muchas de aquel Lugones de mi infancia y adolescencia han hecho posible con su ejemplo y honestidad que uno subsista y tenga referencias positivas para andar por la vida, y sepa que un alto porcentaje de nuestra felicidad depende de nosotros mismos, de nuestras prioridades, de centrar bien los objetivos que de verdad importan, y es que en aquel Lugones de mis años mozos habría carencias, necesidades, pero lo que nunca faltaba era el estímulo, el apoyo, la ayuda y lo mucho o poco que teníamos lo compartíamos, ya fueran éxitos o fracasos. Vivíamos todos para todos, y este sentido solidario de la vida nos identifica como parroquia, ya que éramos y somos refugio de muchas personas de las más diversas procedencias porque aquí nadie se siente forastero. Un buen ejemplo de cuanto digo lo tenemos en José Ramón, Monchu el pintor, hombre generoso y buen amigo, de Lugones de siempre, a quien quiero agradecer con estas letras el mucho bien que me ha otorgado con su confianza y amistad.

¡Que Dios te acoja en su gloria!

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