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El paragües

Bomberos

El fallecimiento de Eloy Palacio, como a todos los polesos, me consternó. Sentí esa opresión que anuda la garganta al pensar en su esposa, sus hijos y en Pepe Valle, su suegro, del que fui años compañero. El sábado, la muestra de dolor de nuestra Pola y la solidaridad de sus compañeros de profesión y otros cuerpos de seguridad evocó recuerdos de otras tragedias. Tenía el aire gris el mismo silencio que los días de muertes de mineros en el tajo. Siempre alguien después comentaba que si la lámpara de seguridad no estaba encendida, si previamente crujió la mamposta como premonición de la quiebra, si no sé qué más. Pero los mineros sabían de fatalidad y riesgo. Varios días después algo leo sobre estar en la cesta de la grúa. Los cientos de hombres que en la espalda de su uniforme se identificaban como bomberos saben sobradamente que la desgracia que atrapó la vida de Eloy fue sólo consecuencia de su decisión, valentía y espíritu de servicio a la comunidad. Y ese día seguro que todos los polesos lamentamos no ser bomberos con la solidaridad impresa en nuestro dorso.

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