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El cogollu

Gómez Cuesta

Conocí a Javier Gómez Cuesta cuando era vicario general de la Diócesis de Oviedo. Mantuve con él largas conversaciones, pugnas periodísticas y no pocas polémicas informativas. Hemos hecho viajes a diminutas parroquias de Asturias y compartido jornadas por pasillos vaticanos y un trago de "amareto" en la abadía italiana Casamari, cuando fue con Gabino Díaz Merchán a buscar a los monjes del císter para la recuperación monástica de Valdediós. Gómez Cuesta acaba de celebrar en la parroquia gijonesa de San Pedro sus 50 años de sacerdocio, pocos días después de predicar en la Semana Santa de Villaviciosa.

Es hombre constructivo, profundo, reservado, de carcajada tan grande como su corazón. Intelectual amable, este alumno distinguido de los jesuitas de Comillas ha pagado el precio de ser fiel al espíritu del Concilio Vaticano II y a Díaz Merchán. Siempre lamenté que no lo hicieran obispo. Antonio María Rouco ha sido amistoso pero nunca apostó por los sacerdotes promovidos por don Gabino. Con él Gijón ganó un gran párroco pero la Iglesia perdió un digno pastor. Su destino gijonés me ha permitido estrechar las relaciones y descubrir de cerca a aquel cura de Panes, ganar un amigo y dejar en la historia al vicario general.

No estaría de más que la Iglesia de Asturias tomara conciencia de lo que ha aportado y lo pusiera en valor. "Los hombres de Gómez Cuesta", generaciones de sacerdotes nombrados por el arzobispo emérito a propuesta de su vicario general, han definido la vida de la diócesis en un tiempo de tránsito. Esta Comarca de la Sidra aún da cuenta de su mano pastoral.

Eduardo Solís, que sustituyó a Blas Martínez Ramos como párroco de San Bartolomé de Nava, ha sido uno de sus nombramientos. La historia se ha encargado, ya en parte, de hacer justicia con la gestión diocesana de Gómez Cuesta.

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