Jaime Izquierdo Vallina, colaborador habitual de LA NUEVA ESPAÑA y coordinador de la Asociación Española de Municipios de Montaña, participó esta semana en unas jornadas del Cabildo de Gran Canaria. Geólogo, funcionario del Principado, exasesor de la ministra Elena Espinosa, es uno de los más acreditados expertos en desarrollo local de España. Tal vez por eso el gobierno asturiano lo ha destinado a Carreteras. Hombre de pensamiento crítico, el encuentro con él ha servido para reflexionar sobre Asturias y, como la patria es la infancia, para recordar tiempos lejanos en la Piloña familiar. De sus muchos recuerdos permanece fija una tarde de verano, cuando acompañaba a su madre, Amparo Vallina, a la centralita telefónica de Infiesto para llamar a Langreo, donde trabajaba su padre. La conferencia significaba para el niño Jaime salir de casa, merienda y entretenimiento. Un pequeño conejo se cruzó en su vida, como a Alicia en el País de las Maravillas. Y mientras saltaban las clavijas de número y fluía la conversación, se entusiasmó con el peludo animal de orejas grandes. Se lo regalaron envuelto en un jersey de lana. Le dijeron que dormía. Y se lo llevó con sumo cuidado. Al amanecer del día siguiente ya no encontró el conejo, pero el animal permanece en su memoria como símbolo de una infancia dichosa. Así como Unamuno recuperaba la felicidad de su infancia con los paseos en camello por Fuerteventura, así con el paisaje y el paisanaje piloñés reverdecen las raíces de un notable defensor de la tierra como Jaime Izquierdo.

Y en este siglo de teléfonos móviles en el bolsillo, hablar de telefonistas que a mano conectaban números, unían vidas y conocían la intrahistoria de los pueblos es remontarse a los tiempos de Cuqui y Lili Benito, en Infiesto; de Conchita y Jimena Ovín, en casa de Medardo Redondo, en Nava; de las inolvidables Lines y María Luisa Noval, en Ceceda; de Guillerma y Aurora Gutiérrez, las de la tienda, en Sariego, o de las hermanas Paquita y Mari Salgado, junto al campo de fútbol del Iberia en San Julián de Bimenes; de las también hermanas Monestina, Cándida, Celita y Mercedes, en Cabranes, y de Carlos González y su esposa Marisol Fernández en Villaviciosa. Con o sin conejo, aquello nos parecía mágico.