A principios de los setenta, cuando comencé a estudiar en el viejo caserón de San Vicente, en la Plaza Feijoo, donde se ubicaba la antigua Facultad de Filosofía y Letras, tuve la suerte de conocer y aprender de grandes maestros. En aquella facultad coincidieron profesores de gran notoriedad. Desde académicos de la lengua española como Álvaro Galmés, Carlos Clavería o Emilio Alarcos a catedráticos de reconocido prestigio como Eloy Benito Ruano, José Caso, Gustavo Bueno, Francisco Quirós, Pedro Floriano, Martínez Cachero y algunos más que no puedo recordar.

También contaba la Facultad con muchos profesores jóvenes. La mayoría no numerarios y algunos agregados. Entre estos, destacaba Ignacio Ruiz de la Peña. Nacho, como era conocido entonces, llamaba la atención por su carácter tranquilo y abierto y porque explicaba de forma sencilla y clara, una etapa de la Historia tantas veces ignorada, oscura, para muchos bárbara y en general confusa. Una etapa constreñida entre la fascinación por la Antigüedad clásica y el encanto ante el Renacimiento, pero que gracias a Nacho conocimos mejor: la Edad Media.

Nacho trasladó sus virtudes a sus obras. Fueron muchas, pero publicó una que en Siero no podemos ignorar: "Las Polas asturianas en la Edad Media" (1981).