Cuando mañana deposite mi voto seguro que pensaré en algo, por ejemplo, que hubiese sido estupendo salir temprano hacia la playa y volver al atardecer, que tengo la china en el zapato de tener que votar antes de las 20 y no puedo organizar libremente el día. Sé que se puede argumentar que eligiese votar por correo y dispondría con absoluta libertad del domingo; pero entonces es que antes desorganicé algún día para votar por correo. Y además tuvimos que modificar un encuentro familiar previsto para ese día por la posibilidad de que a algún miembro le tocase mesa, que de hecho le tocó. Como lo mismo le ocurre a treinta y cinco millones y medio en España, me consolaré como tonto con el mal de muchos. Y pensaré que si esto me lo van a hacer cada seis meses, mecagoenlá. También sé que podría pasar, pero nunca lo hice ni lo haré. En fin, que voy, voto y... Por cierto llegó el verano y cuelgo la pluma hasta septiembre. A ver si para entonces se arregló. Y si no, pensarán que la culpa es nuestra y nos volverán a castigar.
El paragües