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El termómetro

La nueva orina

Hace un porrón de años me pusieron una multa por mear en la calle. Fue en Tapia de Casariego, una Semana Santa. Estábamos soltando lastre un amigo y yo y apareció la Guardia Civil. Nos tomaron los datos y nos cayó una multa. Lo aceptamos porque tenían razón. Habíamos meado en la fachada del Ayuntamiento. En nuestro descargo hay que decir que, por entonces, ni la iluminación era muy buena ni las condiciones de la zona eran tan lustrosas como las actuales. No nos dimos cuenta de que estábamos donde estábamos. Aun así, lo asumimos y pagamos la multa.

Me acordé de aquel episodio el otro día, cuando me enteré de lo del chaval al que detuvieron por pintar en la plaza de la Signoria de Florencia. Lo detuvieron, al igual que nos multaron a nosotros en Tapia, por mancillar un patrimonio que es de todos.

Sin embargo, la diferencia es bien visible. Nuestra intención era única y exclusivamente vaciar la vejiga. No había ideología, sólo fisiología.

Lo del chaval fue lo contrario. Su acción fue intencionada e ideológica.

Es muy curiosa la evolución de los homínidos. Al igual que otras muchas fieras hoy en día, entonces utilizábamos la orina para marcar el territorio. Ahora, la orina es solo eso, pis. Y el que mea en la calle lo hace porque no tiene un lavabo a mano. Hemos abandonado aquella costumbre atávica para convertirnos en seres más sofisticados.

Ahora llevamos un spray y escribimos letras y símbolos para marcar nuestro territorio. El problema está en que, al contrario que en los primeros tiempos de la humanidad, hoy los territorios están ya acotados, y lo único que haces al dejar tu huella es buscarte problemas.

Si es por una buena causa, para defender los derechos de alguien o para protestar por una injusticia, quizá merezca la pena pintar o incluso mear. Si es por una noche de fiesta o por un equipo de fútbol, mejor mear en casa y dejar las letras para el cuaderno de Rubio.

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