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Crítica / Teatro

Víctimas del olvido

Una propuesta de gran formato, quizá demasiado cinematográfica

La compañía "Micomicón" abre la XXXIV Semana de Teatro de Pola de Siero, una de las más longevas y emblemáticas del panorama teatral asturiano. En esta edición los trabajos de "Kamante", "Atalaya", "La Estampida" y "Teatro del Norte" apuestan por un teatro significativo, alejado de los convencionalismos a los que estamos tan acostumbrados.

Laila Ripoll y Mariano Llorente han recibido por "El triángulo azul" el Premio Nacional de Literatura Dramática 2015, un galardón que reconoce el esfuerzo realizado por la recuperación de la memoria histórica. Aunque esta pieza no forma parte de la "Trilogía de la Memoria", entronca temáticamente con "El convoy de los 927", un guión radiofónico de Ripoll llevado a los escenarios en 2008 por una compañía asturiana. "El triángulo azul" es un homenaje a los españoles asesinados en Mauthausen, aquellos por los que Franco no movió un dedo para salvarlos. "Hagan lo que quieran con ellos. No son españoles", Serrano Suñer dixit. El planteamiento es muy cinematográfico -cartel incluido-, quizá demasiado, con una estampación y parecido argumental que lastra el espectáculo, liberando algunos momentos musicales a la creación y novedad. La anécdota de lo que ocurre en el campo está contada por un viejo profesor alemán encargado del Servicio de Identificación Fotográfica y sus dos ayudantes españoles, que se atrevieron a editar una copia de las fotografías para pasar al exterior como documento fidedigno de las atrocidades.

La propuesta es de gran formato, con una realización impecable a todos los niveles. La escenografía beckettiana (Arturo Martín Burgos), con cierta vocación residual, son paredes erosionadas, como supervivientes a una hecatombe nuclear.

El teatro de Laila Ripoll se podría calificar de necesario y es meritorio su empeño por rescatar del olvido estos episodios de la historia reciente de España que han sido injustamente silenciados. Un reparto coral de siete intérpretes se ve reforzado por una orquestina de clarinete, violín y acordeón que interpreta los números musicales. Con una estética próxima por momentos a "La Zaranda" e innegables referencias a Brecht, por aquello del musical macabro -véase "El chotis del crematorio"-, trata de remover las entrañas del espectador con este sentido homenaje.

Pero transmitir el horror no es fácil. Los personajes mejor construidos son el de Paul Ricken (Antonio Sarrió), que como narrador omnipresente pulula por la escena, mostrándonos el viaje a las tinieblas en que se vio inmerso, haciéndose paulatinamente consciente del infierno que él y sus compatriotas fabricaron. Sus reflexiones reflejan muy bien el sentimiento de culpa que el pueblo alemán legará a sus descendientes. Marcos León y Ángel Solo encarnan con solvencia a los fotógrafos españoles. Elisabet Altube brilla en su papel de gitana prostituida, tierna y digna hasta la muerte, y el inocente Jacinto es interpretado con candor por Jorge Varandela.

Por chocantes que puedan parecer los números musicales de revista cupletera en este macabro contexto de terror y miseria, curiosamente reflejan la realidad, pues a un grupo de prisioneros españoles se les dio permiso para representar la pieza "El rajá de Rajaloya" en la Navidad del 42. El espectáculo se completa con unas espléndidas proyecciones de imágenes reales del campo y los rostros de los prisioneros interpelándonos. A pesar de una excesiva duración (dos horas y cuarto largas) el público aplaudió con firmeza.

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