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Crítica

La insatisfacción del artista

La apuesta del teatro como espacio sacralizado por encima de consideraciones dramáticas

Las compañías Kamante y Tragaluz se alían en este singular montaje que se aparta un tanto de los senderos hasta ahora trazados por ambas, caracterizadas por una amplia e interesante trayectoria en el teatro con objetos y títeres. En este caso optan por un teatro no dramático, alejado de esquemas convencionales, basado en la investigación y que hace hincapié en su vertiente plástica, en la que el espectador ha de dejarse llevar por las impresiones y sensaciones de cuanto acontece, sin intentar racionalizar demasiado el supuesto mensaje. No estamos ante un teatro discursivo, a pesar de estar inspirado en dos cuentos de Kafka, "Un artista del hambre" y "Un artista del trapecio", de los que apenas se toman un par de frases, aunque nos quede su impronta en la soledad y el aislamiento del artista que se enfrenta con la incomprensión del entorno.

Una lona colgada de unas poleas por sus cuatro cabos y contrapesada por nudos marineros genera la atmósfera envolvente en la que los tres intérpretes interactúan con los objetos. La composición espacial, las líneas y volúmenes de la instalación, serán la parte sustancial que condiciona los demás valores. Cada propuesta teatral conlleva unos criterios de actuación y "Sin pan" pide al espectador que se libere de prejuicios, se relaje y que abandone la lectura lineal para dejarse empapar por los estímulos plásticos, musicales y performativos.

La sobriedad y un ritmo cadencioso, ceremonial, recupera el teatro como un espacio sacralizado. Todo es muy sutil y está realizado con sumo cuidado. Cada movimiento parece amplificar su significado. Y aunque la pieza propicia una decodificación libre y personal para cada espectador, algunas asociaciones son igualmente reconocibles por todos: el sonido de los platos y cubiertos al comer la sopa, la música que nos llega por la parte izquierda, como la hermosa aria de Händel "Lascia ch'io pianga", la escudilla del pobre, el mar y un batir de olas arrastrando unas cajas, un naufragio, tres supervivientes fantasmagóricos, un indigente sometido a tortura, los rostros de los personajes enmarcados buscando el retrato ideal? Y lo que más llama la atención y a todos nos seduce por igual: la belleza de los movimientos del acróbata, bailarín y campeón nacional de lucha libre Lauren Atanes, cuando parece vencer a la gravedad como un cosmonauta en su cápsula espacial, o sus equilibrios en planos inclinados.

Apenas hay texto y las pocas palabras que se pronuncian suenan como proclamas absurdas o metafísicas: "¿Te gustaría comerme los dedos de mi pie izquierdo?" o "Siempre encontramos algo para dar la impresión de que existimos". Elementos que insertados dentro de un todo secuencial, evocador, armónico y muy poderoso no hacen más que evidenciar la falta de un texto poético que esté a la altura de la propuesta estética. Un texto que transforme la abstracción plástica en plenitud de sentido. Es posible que el hambre al que alude la pieza sea el hambre siempre insatisfecha del perfeccionista al que se refiere el cuento.

En suma, un espectáculo abierto, que requiere de un espectador cómplice y con unos intérpretes entregados que ofrecieron una visión muy personal y sugerente del mundo del artista y de la vida en general.

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