Agustina y Lidia, las protagonistas de esta pieza de humor negro y esperpento, son las reinas de la España profunda, que de tan profunda ha quedado reducida al interior de su hogar. Este espectáculo diminuto ha revolucionado el off madrileño gracias a su sencillez, el formidable trabajo de las intérpretes y la originalidad de su planteamiento. Dos mujeres solas en escena, sin otro acompañamiento que sus maletas, emprenden un viaje en el que todos nos vamos a ver involucrados. Tía y sobrina viven encerradas en su casa, sin otro contacto con la realidad que la televisión, huyendo de molestos cobradores y resignadas a jugar con jirafitas, bolas del árbol de Navidad y espumillón, mientras critican a sus vecinas y conocidas. Pero un día su suerte cambia y son premiadas con un fantástico crucero que les hace abandonar su hábitat y enfrentarse a un mundo hostil que desencadenará la tragedia.

"Las princesas del Pacífico" es una comedia negra que refleja una amarga realidad a través de un humor agridulce que pronto nos congelará la sonrisa. Las dos actrices están soberbias. El trabajo de caracterización de Alicia Rodríguez es fabuloso, hasta el punto de que no se reconoce a la actriz debajo del personaje. Su vis cómica sabe sacar partido a cada uno de sus gestos y en complicidad con su compañera, por momentos, nos llegan a recordar a Faemino y Cansado.

Con un marcado acento andaluz, que al principio costaba un poco entender, y unos movimientos a lo Chiquito de la Calzada, construye un personaje tierno y grotesco, real como la vida misma. Agustina es amiga de las frases hechas que repite como muletillas: "siempre se van los mejores", "que Dios lo tenga en su gloria", "ojo, que la gente es muy mala". Esta bailarina frustrada que prefiere el belén al árbol de Navidad, arrastra con dignidad la viudedad de un marido "alergésico" a las gambas. Belén Ponce de León no se queda atrás en su composición de Lidia, la sobrina infantiloide, castrada por su posesiva tía, que se enfrenta al mundo con la inocencia y la desconfianza de una novata.

Hay escenas cómicas memorables, como las de la bandeja frente al bufet, la de las hamacas, el encuentro con el capitán del barco, antiguo pescadero del barrio, y otras más conmovedoras como la de Agustina en el karaoke interpretando "Historia de un amor" e incluso de corte onírico, como la del sueño de la sobrina hablando con su padre.

La dirección de José Troncoso no se va por las ramas y tiene el mérito de centrarse en la interpretación frente a otros elementos accesorios, dotando a la obra de un buen ritmo y una estructura equilibrada, con un eficaz aprovechamiento de la elipsis y otros recursos que no hacen más que potenciar el gran trabajo actoral. Incluso introduce con mucha coña una especie de parábasis en la que las actrices se reprochan haberse saltado "la escena de la chaqueta". La iluminación nos transporta de los ambientes claustrofóbicos de su piso de Dos Hermanas y del angosto "caramarote", al espacioso y luminoso solárium de la cubierta del barco, o a la discoteca de la fatídica fiesta de cotillón. La música, también muy acertada, combina nostálgicos boleros con canciones discotequeras y villancicos fuera de tiempo, que son la cosa más triste del mundo. Estupendo trabajo que destaca por su sencillez y el retrato tragicómico de una realidad que todos conocemos, aunque nos duela vernos reflejados en estos espejos del Callejón del Gato. El público rió y aplaudió agradecido.