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Muy pocos responsables a pie de calle

El periodista Andy Robinson hablaba en una entrevista en la radio de la vida de unos pilotos de drones militares en un lugar de no se qué estado norteamericano, con sus casas estupendas, su paz y sus barbacoas. Esa gente tenía un trabajo "de oficina" que consistía en plantarse delante de unos monitores y pilotar un dron que volaba sobre Afganistán, Irak o algún país de esos donde hay gente mala. Esos drones, llegado el caso, bombardeaban la zona. Los pilotos acababan su jornada, apagaban la máquina, se quitaban el traje y se iban a sus casas. Este episodio es para mí la perfecta imagen del mundo perfecto para unos y terrible para otros que debemos evitar a toda costa.

Salvando muchísimo las distancias, yo diría que en la política pasa algo parecido (y también en la banca y en todo lo que implique jugar -es un decir- con los intereses de mucha gente). Hay muy pocos responsables a pie de calle.

Por eso, cuando alguien, por cualquier cuestión, me critica a un concejal, yo suelo decir que esta gente, al menos, está a pie de calle. Pueden hacerlo bien o mal, pueden estar dominados o no por el ego, por intereses o por lo que sea, pero están a pie de calle. Tienen que "aguantar" a la gente y no cobran mucho por ello. El único problema -y en eso nunca dejo de insistir- es que no los podemos "despedir" individualmente, esto es, dejar de votarlos en las elecciones, porque las listas son cerradas. En caso contrario, todo sería muy diferente.

En las altas esferas, la simpatía depende de demasiados factores: la imagen que des -que es posible que no se corresponda con lo que eres-, tu oratoria, la fotogenia, que las cámaras te quieran o no. Eso es un engaño. A pie de calle no pasan esas cosas. En realidad, pasan pero no de forma tan acentuada. La gente te puede dar buena espina y terminar siendo lo contrario. Pero en cualquier caso, no hay mediación. El cara a cara es siempre un valor.

Yo me adhiero a los que defienden el municipalismo, la preeminencia de la polis frente al Estado, y reniego cada vez más tanto de la hipercentralidad como de los intermediarios de baratillo, esto es, los parlamentos regionales hipertrofiados donde quien quiere -también es verdad- puede trabajar mucho, pero quien lo desea puede limitarse a ponerse la corbata y pasar por caja.

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