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Mil palabras para una imagen

Celles otra vez

Sobre la dificultad para hallar la forma de rentabilizar la rehabilitación del patrimonio histórico

Hace unos diez años hablábamos ya -y estoy usando el plural mayestático- de las ruinas del palacio de Celles. Por entonces, la crisis aún no había asomado la cabeza, y aquella desidia se hacía casi más inconcebible que ahora.

El tiempo ha ido pasando, ha llovido, ha habido vientos de componente nor-noroeste , ha nevado y ha granizado. Y claro, el palacio va a peor.

Llegados a este punto, lo que hacemos todos es buscar culpables. En realidad solo puede haber dos: el que tiene que conservar el palacio y el que tiene que obligarlo a conservarlo.

Pero yo iría más allá. Para mi el contexto es fundamental. Un clima propicio propicia buenas cosas. Una tierra que se quiere a sí misma de verdad propicia más cuidados que la que no se quiere.

Y después está la lógica mercantil. Aunque en los últimos tiempos ha cambiado algo la cosa, lo cierto es que a los asturianos nos cuesta ver la parte comercial de las cosas. Y esto es algo muy curioso en un contexto en el todos parecemos vivir para el dinero.

El caso es que no hemos encontrado todavía la forma de sacarle partido a los bienes patrimoniales. Preferimos no invertir y dejar que todo se pierda a buscar la fórmula correcta que nos dé dividendos.

Los paradores nacionales fueron un buen ejemplo. Seguir con esta fórmula no sé si sería bueno o malo. Quizá funcionase, o quizá habría que buscar otra distinta.

No me pregunten por qué, pero últimamente, cada vez que me viene a la mente esta encrucijada en la que andamos con las ruinas de nuestro glorioso pasado me acuerdo de un famoso club de alterne de Siero, de cuyo nombre no quiero acordarme. Hasta hace nada, parecía imposible pensar que en un sitio así dieran desayunos. Pues empezaron a darlos y triunfaron. También hacen jornadas gastronómicas y funcionan. Funcionan pero que muy bien. Me lo ha dicho mucha gente. Todos dijeron que alguien le había dicho que un amigo le había dicho que otro amigo había estado allí y lo había visto con sus propios ojos.

Nunca sabe uno lo que va a funcionar y lo que no hasta que prueba suerte. Pero hay que probar. Hay que lanzarse, hay que hacer cosas. El problema está, creo yo, en que el peso de la historia se nos hace una carga muy mala de llevar, quizá por la polarización creciente de nuestra ideología. Hemos aprendido (erróneamente) que defender un edificio histórico es incompatible con asistir al Aquasella.

El hecho de que los más acérrimos defensores del pasado tengan poco pelo y mucha caspa no tiene nada que ver con el pasado en sí, ni con el valor de lo que nos deja nuestra historia. Es lo que he dado en llamar el síndrome del abogado incompetente. Tener un defensor de una causa con un discurso muy pomposo e ineficaz nos hace pensar en el poco valor de la causa en sí, cuando lo único reprochable son las palabras de quien la defiende.

Volviendo al asunto, mientras unos -y aquí uso la primera persona- nos dedicamos a hablar sin aportar soluciones, sin proponer, a otros se les ocurre poner manos a la obra y atraerse a la gente con un buen desayuno o unas jornadas del jamón ibérico (entre otras cosas). Mientras unos actúan, los demás cacareamos.

Ese es el problema. Nadie sabe la fórmula para poner en pie de nuevo el palacio de Celles porque nadie ha probado todavía nada. Bueno sí. Antes de la crisis se intentó hacer una promoción de viviendas alrededor para financiar la rehabilitación que no cuajó.

Ahora, tal como están las cosas, esa vía está cerrada, lo que no significa que todo esté perdido. Tiene que haber una forma de sacarlo adelante. El caso es dar con ella. Quizá baste con copiar y atraerse a la gente con un buen desayuno o unas jornadas del jamón ibérico (entre otras cosas).

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