La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Don Francisco

Francisco Crego, el médico que ha dedicado toda su vida al concejo de Grado, más de cincuenta años como médico, se nos ha ido de un modo trágico, dejando a toda la gente del pueblo aturdida, y en cierto sentido huérfana de un hombre bueno y de un gran médico. Sara Arias recogía en su magistral crónica ese aire triste que sopla cuando la muerte nos roza con su ala, con un titular: "Crego no se merecía morir así, con lo que hizo por todo el mundo". Y es que a Francisco Crego le queríamos todos.

Al doctor Crego le conocí en mis años de coadjutor en Grado, desde 1977 a 1980, y siempre me llamó la atención su sencillez y su profesionalidad como médico, que pasaba por su buen hacer y dedicación a los enfermos día y noche. Era un médico que sabía hacer compatible su dedicación total a la medicina, con esas dos exigencias cordiales que son la familia y los amigos. Era un castellano ascético, bondadoso, sencillo, cabal, con las gafas sobre la frente, y su puro, siempre que podía, en la boca, que parecía que no envejecía nada más que por fuera.

En estos últimos años se había jubilado, pero él seguía ahí, en su consulta de casa, por las calles del pueblo, con sus amigos, pero siempre atendiendo a la gente que lo necesitaba como médico. Se podría decir que era ese médico bueno y trabajador, al que nos gusta tener siempre cerca. Uno de esos hombres buenos gracias a los cuales el mundo sigue siendo habitable.

Nuestros clásicos decían que cada hombre de este mundo necesita un rincón para retirarse, "con pobre mesa y casa, en el campo delectoso, con solo Dios se compasa, a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso", que decía fray Luis de León. Y Francisco Crego encontró su rincón en Grado, en las calles, en el café Exprés, con sus amigos, en su finca de la Barraca, con tal modo de identificación que llegaron a ser parte de su misma vida. Por eso Grado nunca se olvidará del doctor Crego, ni de su ración de amistad y entrega a todos los moscones. Y es que con su vida nos ha dejado una gran lección: salir de la mediocridad, trabajar, callar, sonreír, atreverse a vivir. Será duro, pero es lo más hermoso y lo único que los hombres podemos hacer.

Compartir el artículo

stats