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El Termómetro

Hágase (o no) la luz

Salía hace poco de mi casa con una niña que vive en Estados Unidos a eso de las diez de la noche y me preguntó: "¿Cuándo apagan las luces?". Estábamos en algunas de las calles principales de la Pola y todo estaba muy iluminado. Cuando le dije que no, que las luces se quedaban así toda la noche, me dijo un sorprendido "¿Ah, sí?" y movió la cabeza asombrada. Recordé entonces las quejas de mucha gente por el cambio de las bombillas habituales por otras de bajo consumo, que iluminan bastante menos, y también me acordé de toda esa gente de los pueblos que pide insistentemente que les coloquen puntos de luz cerca de sus casas.

Entonces no supe qué pensar. Porque por una tarde está la obsesión por la seguridad, por otra la economía y por otra la ecología (la contaminación lumínica, que dicen), tres aspectos de una misma cosa difíciles de conjugar.

Si quitas las bombillas la gente se siente menos segura y además las eléctricas -en las que están todos los ex de todos los partidos y gobiernos habidos y por haber- dejan de ingresar un dinero fermoso. Pero por otra parte, si cada vez colocas más bombillas, el erario público gasta en energía (tal vez) innecesaria un dinero que podría emplear en otra cosa, y además pervierte el hábitat de unos lugares en los que los animales están acostumbrados a diferenciar claramente entre el día y la noche y que, confundidos, salen a la calle cuando deberían quedarse en casa.

En este último caso estarían fundamentalmente insectos como polillas y mosquitos y también algunas clases de homínidos.

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