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Mañana sale el sol

Vuelta al cole

Desde el lunes las aulas de nuestro país vuelven a estar llenas de vida. Alumnos, maestros, lecciones, risas, olor a pegamento, horarios, libros y material nuevos, silencios, y... bullying. Hace ya unos años que en las redes sociales aparecen frases, fotografías, y, últimamente vídeos en contra del bullying, sobre todo al inicio del curso. El bullying es un anglicismo que no forma parte del diccionario de la Real Academia, pero cuya utilización es cada vez más habitual en nuestro idioma, y que se refiere al acoso escolar y a toda forma de maltrato físico, verbal o psicológico que se produce entre escolares, de forma reiterada y a lo largo del tiempo. Un problema que crece, y que tiene su raíz en la pérdida de valores de la sociedad del mundo "desarrollado".

El informe Health Behaviour in School-aged Children 2014 alertaba de que el 9% de las niñas y el 20,5% de los niños entre 11 y 12 años declaraban haber sido golpeados, pateados, zarandeados o encerrados en su colegio alguna vez, es decir, uno de cada cinco ha sufrido acoso escolar en alguna ocasión. Todos conocemos algún caso cercano, todos nos enteramos por las noticias de casos que han llegado hasta el suicidio de la víctima. Y por eso, todos debemos implicarnos en este problema, y responder ante él. Padres, madres, comunidad educativa y cualquier persona que esté en contacto con niños y niñas.

Hay esperanza, y hay resultados. El programa anti-bullying finlandés KiVa está funcionando hasta el punto que ya ha sido exportado a muchos países. Sus protocolos de actuación para prevenir la violencia actúan teniendo en cuenta a los tres protagonistas: la víctima, el acosador y los espectadores, y se basan sobre todo en el cambio de actitudes y actuación de los espectadores, que pasan de apoyar al acosador a ponerse del lado de la víctima, manifestando abiertamente que no aceptan las prácticas de abuso. Es sencillo, efectivo y, sobre todo, un rayo de esperanza para conseguir que ningún niño o niña tenga que levantarse temblando antes de ir al colegio y pedir a sus padres que no lo lleven más, quedándose sin ejercer su derecho a la educación, y, sobre todo, generando unas carencias y daños psicológicos en su formación como persona irreversibles.

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