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El cogollu

Vidas de curas

Rubén Pulido ha decidido cambiar de vida. Se había ganado el cariño y el aprecio de los vecinos de Cabranes en tres años como párroco y se han visto sorprendidos por su marcha. En Fresnéu, el pasado domingo, pese a que ya se hablaba de su renuncia, estuvieron esperando a la puerta de la iglesia casi una hora hasta que alguien explicó que el cura no iba a venir. Ha dejado una buena huella, su testimonio ha sido fugaz, breve y bueno, cuentan, pero así es la condición humana. Nada nuevo. Ya conocen la broma: ¿qué te parece que los curas se casen? Si se quieren...

Hace cuarenta años lo vivimos muy cerca los que compartíamos aulas y residencia en el Seminario Menor de Prau Picón. Un grupo de aquellos bachilleres que nos conocimos en esa edad entusiasta en la que basta la camaradería para trabar amistades durables hemos formado un grupo de whatsapp. La comunidad virtual de los compañeros de EGB y de BUP suele ser todo menos piadosa. No salen bien parados algunos profesores, curas y excuras. Pero hay excepciones distinguidas que son apreciadas en estas tierras sidreras. Ángel Fernández Llano, Enrique Monestina y Agustín Hevia Vallina, tres curas de oro por sus años de sacerdocio, concitan el reconocimiento general de un grupo telefónico, ya nada joven, y en el que todos han aprendido las duras leyes que rigen las relaciones humanas. Llano era rector de aquel Seminario; Monestina, administrador; y Hevia Vallina, profesor sabio y justo. Estos tres sacerdotes de la comarca, dos nonagenarios ya, permanecen fieles a la misión de una Iglesia mermada de vocaciones y abrumada por las transformaciones sociales y culturales. Los hemos conocido por sus obras y por su modo de creer en Dios.

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