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Mil palabras para una imagen

Una oportunidad perdida

Sobre la aparición fugaz de un váter en la plaza de Les Campes de la Pola

Una amiga me contó que hace unos años estaba en el Guggenheim de Bilbao con unos amigos y uno de ellos se quedó absorto en una obra de arte: varias sillas apiladas de una forma muy peculiar en una esquina. Así estaba, abstraído en su experiencia estética, cuando llegó un tipo y se llevó una de ellas. Era el camarero. Las sillas eran del bar.

El arte se ha desmadrado hasta tal punto que el contexto es ya lo único que puede sacarnos de dudas sobre si algo es una obra de arte o no. Fue Marcel Duchamp el que empezó todo el lío. Puso un urinario en un museo, lo llamó "La fuente" y dijo que aquello era una obra de arte. Su discurso estaba cargado de ironía, y tenía sentido cuando lo planteó. Fue una ruptura, una idea brillante. ¿Cuál fue el problema? Que tuvo demasiados epígonos. Después de Duchamp la gente se tomó todo aquello al pie de la letra y muy en serio, y empezó el rollo conceptual. Desde entonces, para muchos, la idea es lo que cuenta y los objetos lo único que hacen es representar esa idea. La pericia manual o técnica del artista no importa demasiado. Así las cosas, museos y galerías se han ido llenando de "conceptos" una década tras otra. Un cristal roto que significa la fragmentación de nuestra conciencia, una bolsa de basura que pone el ojo sobre el maltrato al planeta, etcétera.

El domingo apareció un váter en Les Campes y pusimos a Duchamp de actualidad. No era un urinario sino una taza pero daba igual. Una lástima que lo retirasen, porque establecía un diálogo interesante con el monumento al Carmín. Y si Oviedo hace un canto al cartón piedra reproduciendo en la Gesta el violinista de Viena o un decorado de Disney en el auditorio, por qué no podemos nosotros tener nuestra copia de Duchamp. Qué oportunidad perdida.

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