No hay nada más saludable que hablar con la gente de los puestos de excedentes de la plaza cubierta. Porque te ponen frente a los ojos el discurso del campo, de la naturaleza, que tiene bastante pocos trucos. Si trabajas en el sector primario (agricultura y ganadería) como autónomo o algo parecido, es decir, a pequeña escala, vas a tener que trabajar mucho para salir adelante y, además, no dependerás de ti mismo para que te vayan bien las cosas. Tendrás que estar a merced del sol y de la lluvia, de las veleidades de los microorganismos y de otros muchos factores que escapan a tu voluntad. En resumen: trabajo duro, rendimiento limitado e incertidumbre. ¿La compensación? Quizá no tener jefes y disfrutar (si te da tiempo) de la naturaleza.

Todos queremos que los tomates sepan a tomate, que haya huevos de casa y pitos de caleya, con la única condición de que sean otros los que nos los proporcionen. Los urbanitas de pueblo no estamos muy por la labor de currar en el campo. Yo nunca quiero que me toque la rifa de la xata, porque sé que me va a dar pena matarla, por más que me haya metido entre pecho y espalda, a lo largo de mi vida, centenares de filetes de ternera.

Precisamente por eso nunca comparto el discurso de quienes abogan por la vuelta al campo y por el regreso a las prácticas más saludables y ecológicas, a no ser que me lo digan mientras están sacando el cuchu. Si me lo dice alguien que está en ello, digo amén. Si me lo dice alguien que nunca usó katiuskes no lo trago. Así hable como Cicerón.