Hace unos días, asistimos en directo a la ruptura de unas cuartillas como escenificación de desacato al fallo de un juzgado de Barcelona que instaba al Ayuntamiento badalonés a respetar la festividad del 12 de octubre.

El actor principal de esta puesta en escena fue un concejal de la CUP, con nombre catalán y apellido galaico / extremeño / portugués, que le nacieron como Josep Téllez.

El argumentario que este concejal y su grupo utilizan para defender su opinión o postura ideológica en contra de la celebración de la Fiesta Nacional de España -todas las naciones tienen una- está asociado, entre otras cosas confesables, a que la fiesta del día 12 de octubre conmemora un genocidio en América o que es un remedo del imperialismo español.

Pues bien, desde 1987, gobernando Felipe González, Fiesta Nacional de España es la denominación oficial que recibe el día nacional de España; festivo a celebrar el 12 de octubre y regulado por la Ley 18/1987, de 7 de octubre, cuyo único artículo indica: "Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre", exponiendo que la fecha elegida "simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos" ( BOE núm. 241, jueves 8 octubre 1987, 30149).

Por tanto, ni Fiesta de la Hispanidad, ni Día de la Raza, ni Día de la Madre Patria, ni Día del Descubrimiento, ni Día de Colón, ni otras gaitas; más bien es la Fiesta Nacional de España, refrendada por un Parlamento elegido democráticamente. Volviendo al argumento original, resulta hilarante que la invocación al imperialismo y al genocidio se haga desde un cargo de edil en una ciudad con un substrato romano como pocos en la península Ibérica. La ciudad de Badalona (Baetulo), cuyo gentilicio, para mayor escarnio, es betulense, alberga, conserva, difunde y se lucra de unos restos arqueológicos que son referencia por su tratamiento: ahí están la Casa de los Delfines y el Jardín de Quinto Licinio, por ejemplo.

Y no sólo eso, sino que durante el mes de abril de cada año se celebra la "Magna Celebratio" -van doce--, que consiste en un festival multitudinario romano, organizado por el Museo de la Ciudad, en el que los vecinos y un grupo de recreación histórica, durante tres días, recrean la vida cotidiana de la ciudad en época romana.

Analizada esta situación, me queda una serie de dudas: ¿El imperialismo romano fue muy distinto al español? ¿Los hispani, en general, y los layetanos, en particular, sufrieron menos los rigores imperialistas que aztecas o mayas? No tengo respuesta, tal vez el señor Téllez y sus asesores científicos me lo puedan aclarar.

En fin, sueño con que llegue la primavera, para ver si Josep Téllez, como Nerón, incendia la ciudad o se reviste con la "toga praetexta".