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Mil palabras para una imagen

Masoquismo urbanístico

El desarrollo de Pola de Siero desde los años 60

Una de las formas más eficaces de practicar el masoquismo es pensar en todo aquello que pudo haber sido y no es. O en lo que pudo no haber sido y es. Todo el mundo practica en su vida personal, de una forma o de otra, en mayor o menor grado, esta forma de tormento. Pero no sólo está la vida personal sino también la pública, donde hay un campo sembrado para el lamento retrospectivo: el urbanismo. Al menos en nuestra amada tierra, donde el despropósito ha sido durante décadas -y sigue siéndolo- el pan nuestro de cada día.

Cada vez que aparece una fotografía como la que ilustra este texto llegan con ella los lamentos de los nostálgicos y los lloros de los estetas. La única prevención que podríamos tener con esta imagen es que se trata de una fotografía aérea. En ella no aparecen las irregularidades, la suciedad, los olores, los muchos defectos que tendría la Pola en aquellos tiempos (dicen que por la década de los cincuenta, yo no tengo ni idea).

El caso es que vemos un pueblo unos años antes de que llegara el desarrollismo, con sus limitaciones en cuanto a servicios pero con una armonía en su desarrollo que está claro que se ha perdido para siempre.

Muchos de los que vivieron aquella época dirán que fueron tiempos mucho mejores que los de hoy. Yo no diré tanto. Aquellos tiempos ya no están, con lo que poco importa que fueran mejores o peores. Lo que sí está y sí importa es la huella de aquellos tiempos. La huella que se ha ido borrando a dentelladas década tras década.

La Pola, por suerte en muchos aspectos, tuvo un progreso económico ascendente en las últimas décadas -con permiso de la última crisis, que al menos en la conciencia no se nos quita ni con agua caliente- que por otra parte fue claramente en detrimento de su imagen. En otros países con distinta vocación cultural y estética, el desarrollo no estuvo reñido con la armonía. Aquí sí.

En Asturias se salvaron sólo los pueblos que tardaron en desarrollarse, y que se dieron cuenta a tiempo de que conservar una buena imagen no iba a ser solo una cuestión estética sino también económica. Todos los que progresaron pronto, es decir, a partir de los años sesenta, se arruinaron estéticamente.

El mejor ejemplo es Gijón, que a pie de playa tenía casas de poca altura y cierta armonía con el entorno y ahora ya sabemos lo que tiene.

La Pola no fue una excepción, y ver ahora esta imagen con los edificios construidos a alturas y proporciones razonables (hay alguna desproporción pero aun así no es demasiado llamativa) comparada con el caos que tenemos ahora da mucho que pensar.

En los últimos tiempos, después de muchas idas y venidas, hemos conseguido maquillar un poco el casco antiguo, de tal manera que los edificios con cierto valor estético que siguen en pie -los que estaban en el suelo hace 15 años siguen en el suelo- están al menos decentes, por más que se vean abrumados por la presencia cercana de construcciones desproporcionadas.

Pero en fin, pensar en estas cuestiones es inútil y además no tiene demasiada importancia. Lo que importa realmente es el empleo. La economía. Sin pasta, la vida es demasiado dura como para pensar en este tipo de cosas. Ya lo vieron claro los pioneros del urbanismo del siglo pasado. Hacer caja es lo importante, porque eso es lo que realmente nos satisface. Dentro de casa tenemos de todo, y siempre se ha dicho que la belleza está en el interior.

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