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Estampas navetas

13 de noviembre de 1891

El inicio del servicio ferroviario entre Oviedo e Infiesto

Sin duda el viernes 13 de noviembre de 1891 fue un día más en el que la tierra siguió girando, y las personas buscando la mejor manera de resolver su existencia. Pero, sin embargo, para los navetos tiene su importancia, porque, en esa fecha, la Compañía de los Ferrocarriles Económicos de Asturias iniciaba el servicio ferroviario entre Oviedo e Infiesto.

Y podemos decir que desde aquel día (aunque ya antes las hubieran visto en prácticas), los que poblaban este concejo pudieron contemplar, circulando de manera regular y oficial, a las maquinas de vapor, bien remolcando trenes de viajeros, bien de mercancías. Situándonos, pues, en ese día 13, ponemos el foco en los viajeros, y comprobamos que, para su transporte, la Compañía había establecido la entrada en servicio de seis trenes; tres entre Oviedo e Infiesto, y otros tres entre la capital piloñesa y la de la provincia.

Ciñéndonos estrictamente a nuestro municipio, si los itinerarios dispuestos oficialmente se cumplieron, podríamos decir que el primer servicio ferroviario que circuló por este concejo fue el tren de viajeros Correo número 2, que circulaba entre Infiesto y Oviedo, y tenía dispuesta la salida de Infiesto a las 06,23 de la mañana. Saldría de Ceceda a las 6, 45, y de Fuente Santa a las 6,54, para llegar a Nava a las 7,02, reiniciando la marcha a las 7,04 hacia El Remedio, a donde llegaría a las 7,14. Podemos entender que, dado el mes y el tiempo, este primer tren pasaría desapercibido para la mayor parte de la gente, al circular prácticamente de noche.

Pero tenemos entonces el segundo tren que circulaba, el cual pudieron contemplar sin dificultad los menos madrugadores, pues salía de Oviedo a las 8,45, ya en pleno día. Partía de El Remedio a las 10,17, para llegar a Nava, queremos pensar que en medio de la general expectación, a las 10,27 de la mañana, una hora excelente para acercarse hasta la flamante estación, y presenciar en directo tanto la llegada y parada del convoy como su salida hacia Infiesto. La cual, si todo iba de acuerdo a lo previsto, tendría lugar a las 10,29, para llegar a Fuente Santa a las 10,37, y a Ceceda a las 10,46. Hay que decir que la velocidad de las locomotoras, en los trayectos por este concejo, de abundantes curvas, estaba fijada en 24 kilómetros a la hora.

Nos han llegado comentarios en el sentido de que la Compañía de los Ferrocarriles Económicos de Asturias, titular de la línea, había permitido viajar gratis ese primer día, pero no hemos podio contrastar ese dato. Y puede que algo de eso hubiera, porque se cuenta que, al llegar un tren procedente de Nava al apeadero de Ceceda, cuyo andén estaba lleno a rebosar de gente, una mujer comenzó a hacer aspavientos y a dar voces, dirigiéndose al maquinista del convoy en estos términos: "¡Para, treneru, que vien ahí mio hermana!". Y es que, probablemente, la mencionada hermana habría viajado previamente hasta Nava, de manera gratuita, a bordo de otro tren.

Son curiosas las reacciones que la llegada del servicio ferroviario suscitaba en aquel tiempo, y así mi amigo Joaquín Vega Redondo, natural de El Remedio, me tiene contado que su madre, Vicenta Redondo Loredo, que vivió y recordaba la llegada del tren, le había dicho que, durante años, había persistido en la gente cierto miedo, o prevención, ante el nuevo medio de transporte.

Por otra parte, José María Díaz, es decir "Pepe, el de Tresali", me tiene referido que alguna vez, hablando con su madre, Marina González Peláez, de Gradátila, ésta le había contado que se acordaba del día en el que sus padres, Jose "Xirúa", (que era de Orizón, y curanderu, por más señas), y Paulina, de Gradátila, la bajaron a Nava para que pudiera ver el tren.

En el mismo sentido Fernando Lafuente me contó que, desde el "mirador" de La Cuepa, en Ceceda, solía la gente pararse para contemplar el paso del tren y la parada en el apeadero (costumbre que, por cierto, se mantiene, o se mantenía hasta h ace poco, pues el citado punto es una atalaya magnífica). Y ocurrió que, al parecer, una noche, uno de los contempladores, al ver el convoy, exclamó "¡ Miráilu; que llargu ye, y cuántes lucines lleva ¡".

Bromas y anécdotas aparte, de lo que estoy seguro es que, ese día, todo el mundo que habitaba el entorno cercano a la vía férrea se fue a la cama después de haber visto, hablado, comentado, peñerado y buscado las vueltas debidamente a tan importante acontecimiento. Es decir, lo mismo que yo acabo de hacer ahora. Pero, entre tanto, han pasado 125 años.

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